Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Alfonso Mata

En el número de Prensa Libre del 08-12-21, la doctora Slowing presentaba los datos de mortalidad de la actual pandemia COVID-19, pudiéndose observar que por debajo de esa trágica situación, alimentada tanto por el COVID-19, como por la corrupción política, se recrudecen viejas epidemias como la desnutrición, la violencia, la enfermedad mental y las enfermedades crónicas.

A partir de nuestros desajustes políticos, varios factores sociales, psicológicos y biológicos, influyen en la forma en que las epidemias antes mencionadas afectan a las personas y las comunidades, y elevan la morbimortalidad por covid. Por otro lado, carecemos de factores protectores públicos y sociales apropiados, lo que limita la promoción de nuestra resiliencia y nos impide ayudar a las personas a hacer frente a sus dificultades y a la vez,  carecemos de un Sistema de Salud capaz de brindar la atención a los desafíos de salud. Afortunadamente, los factores de riesgo en parte los podemos limitar gracias a la contribución externa de remesas y aunque delincuentemente del narcotráfico. Desafortunadamente esas ayudas, ante la magnitud de nuestros padecimientos, resultan insuficientes para que las personas vayan más allá de hacer frente a la mayor adversidad. Por consiguiente, no podemos ignorar que somos un país lleno de inequidades e injusticias en que una fuerte mayoría de nuestra población carece en lo individual y social de salud física y mental adecuada, autoestima y percepción de la propia eficiencia. De redes sociales, sistemas de apoyo, de acceso a información y carece de servicios básicos y medios de subsistencia. Todos ellos elementos críticos importantes para afrontar crisis sanitarias.

La morbilidad y la muerte como un acontecimiento final del COVID-19, se ha cebado en la población de la tercera edad. No obstante, al COVID-19 desde hace meses ya no lo vemos como una enfermedad socialmente crítica, sino como una enfermedad común, aunque peligrosa. Es por ello que gestionar la enfermedad y sus repercusiones en el futuro, cuando se vuelva endémica, no cruza por la mente ni de políticos ni de la gente. Poner en marcha las medidas necesarias para prevenir la enfermedad, eso no se hace ni con las pandemias que padecemos por décadas. Como dijo un Ministro de Salud “aprendimos a convivir con todo tipo de virus y no se trata de aprender a convivir con las muerte, con ella ya lo hacemos, pues nuestra noción de sálvese quien pueda es trabajo del día a día de cada uno”. Entonces, oír expresiones como “poner en marcha algo, para prevenir el mayor número posible de muertes” carece de sentido, por todo tipo de razones sociales, políticas o económicas que vivimos. Así que sin mayor preocupación, aceptamos colectivamente el riesgo de muerte que provoca nuestra conducta y podemos sin remordimientos, aceptar que las víctimas COVID sean “personas mayores” al igual que hemos aceptado cuando hablamos de desnutrición que sean “los niños”. La situación no la vemos grave, porque no nos tomamos en serio ni el aparecimiento de la vida ni su culminación. No es cinismo, es una realidad que se palpa en el vivir de la nación “la vida ajena nos vale poco”.

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