Alfonso Mata
Ante el aparecimiento y la evolución del COVID-19, la medicina vive una dualidad extremosa que se apodera de los cerebros de las gentes, los médicos y los enfermos dividiéndolos: los que no creen en nada químico, los que creen solo en ello. Los defensores de la «curación natural», la «medicina holística» y los de la «medicina química u occidental». Ambos equipos muchas veces, sus fundamentos se ven rodeados de charlatanería.
Básicamente, la idea en los primeros subyace en la apelación a la naturaleza. Es una adoración por ella como perfecta, y la anteponen a cualquier cosa que brote de la tecnología humana, que la perciben de alguna manera como «antinatural»; inferior y al mismo tiempo peor. Por el contrario, la otra corriente opina que la naturaleza es imperfecta y débil, el hombre puede corregir y superar sus deficiencias. Esta forma de entender no es de minorías. Vemos los medios de comunicación y las redes sociales llenos de propaganda y aseveraciones pseudocientíficas, cuyas apelaciones épicas a «la cura está en la naturaleza» son legendarias, demonizando cualquier pensamiento y comportarse que va en contra de ello. Del otro lado “los errores de la naturaleza solo el hombre los corrige” es otro razonar cuajado de prejuicios y dogmatismos. El atractivo de la naturaleza o de la tecnología sustenta cada teoría.
Para los médicos, ese comportarse de «dejar lo natural ser y actuar» de parte de algunas personas, a veces resulta trágica por tres razones: primero: retrasa la búsqueda de asistencia médica y por tanto el diagnóstico; segundo: aumenta o puede aumentar la severidad de la enfermedad y al final el tratamiento producir menos efecto y tercero: facilita el aparecimiento de daños y complicaciones incuso la muerte e incrementa costos.
Creo que todos deberíamos de ser un poco justos y racionales. Todos hemos llegado a conocer un poco y a amar nuestra medicina popular y por eso no deberíamos tildarla ni de «la cura imposible ni la toda posible«, y es la ciencia la que debería de establecer cuán correcto es uno u otro lado, pues de lo contrario, griegos y troyanos nos estamos engañando.
Por principio, no se debería inevitable y febrilmente condenar una u otra medicina, sino justificar su uso basado en evidencia científica. Por qué el agua de zacate no puede ser buena para curar X, y el trimetimentrpolineo para hacerlo con esa misma u otra. Necesitamos reparar el daño que hemos hecho al fanatizarnos por algo, a menudo causando tontamente estragos a otros y a nosotros mismos y deberíamos entender que cuanto más severo sea nuestro fanatismo (pasión exagerada, desmedida, irracional y tenaz de una religión, idea, teoría, cultura, estilo de vida, persona, celebridad o sistema) más irreparables y severas serán las consecuencias para el que paga el pato, los pacientes y los cercanos a ellos.
La medicina actual ya no se trata de regresarla a los 50,s donde muchas películas de ciencia ficción y terror, mostraban a los médicos y científicos manipulando la naturaleza humana fuera física, mental o emocional, de una manera que los seres humanos no deberían manipular, con resultados desastrosos. Al contrario, la medicina actual útil y provechosa, debe vivir momentos de respeto entre lo que produce la naturaleza y lo que oferta la tecnología humana, pues al fin de al cabo se deberán complementa si quieren subsistir. La idea de que hay algunas cosas que los humanos simplemente no deben saber y algunos aspectos de la naturaleza que los seres humanos simplemente no deben controlar, debe quedar atrás. Es una idea horrible como pensamiento filosófico médico. Hay cosas que debemos entender y hay sacrificios que debemos hacer y esa interacción naturaleza-tecnología humana que es imparable y es y será cada vez más fuerte, debe comprenderse integralmente como complementaria y no como rivalidad.
El primer cambio climático global serio antropogénico (producto del actuar humano) no cabe duda que se dio hace muy poco, con nuestra dependencia a los combustibles fósiles y el posterior aumento de CO en la atmósfera durante el último siglo. No se puede decir que eso necesariamente sea «jugar con la naturaleza» en el sentido de que los combustibles fósiles son bastante naturales, ya que son el resultado de la descomposición de organismos muertos de hace millones de años y ello nos ha permitido desarrollar medicamentos y tecnologías que nos han permitido mejorar la salud y el bienestar humano y llegar en todo sentido (bueno y malo) a donde estamos. Luego otro trabajo antropogénico en la naturaleza es nuestra costumbre de trasladar especies de su hábitat natural a otro, eliminando o controlando depredadores naturales u otras especies que puedan competir con ellos, logrando que las especies invasoras superen a las nativas y, en esencia, provocando a veces cambios en la ecología natural incluso desastrosa. Por supuesto que no se puede decir que los humanos han sido precisos y totalmente cuidadosos; por supuesto que todo ese aprendizaje no siempre se ha basado en la ciencia y a veces se realiza con intereses mezquinos y dañinos a muchos. Por supuesto que ahora fácilmente se pueden entender los problemas de la agricultura de monocultivo que van desde afección de grupos humanos y daño a estructuras sociales y su hábitat, hasta daño a los suelos por «el crecimiento de supermalezas, el agotamiento de los suelos, la contaminación y carestía del agua dulce, los efectos nocivos desenfrenados sobre la salud humana y más». Bajo ese aspecto de manipular a la naturaleza podemos cometer equivocaciones cuando trasladamos esa forma de pensar a la medicina moderna. Esta por supuesto nos ha llevado cada vez más a «meternos con la química de la tierra» y transformar la medicina a una forma más científica.
Hasta hace muy poco, pero aun de gran intensidad, el modus operandi principal de la medicina era atender y suprimir las dolemas de las enfermedades; luego pasamos a matar virus, bacterias, cáncer, etc., mediante la introducción de agentes supresores o letales, como antibióticos y medicamentos de quimioterapia. Eso va contra la forma natural de actuar contra la enfermedad –suelen decir los naturistas y en lo que no dejan de tener razón, pues el uso derrochador de medicamentos como analgésicos, antibióticos, muchos químicos en alimentos y medicamentos, pueden, en última instancia, ser contraproducente o incluso peor que la enfermedad. No lo olvides – nos recuerdan constantemente algunos estudios: la madre naturaleza sabe cómo defenderse. Considera esto –nos piden. Lo cierto es que el mundo médico no está preparado actualmente como debiera ser, para una tormenta de fuego que se nos viene encima como es el uso excesivo de antibióticos, analgésicos etc. Por cada dos casos de tos y resfriado, aunque la mayoría son virales y no se ven afectados por los antibióticos, uno se maneja con antibióticos, que no mejoran al enfermo pero que enriquecen a las farmacéuticas y facilitan a las bacterias a adaptarse. Y qué decir de todo el manejo de animales en grandes granjas de engorde; (porque esos nichos son caldo de cultivo perfecto para microorganismos por el mal uso que hacemos de antibióticos) de monocultivos en que se cambia la ecología violentamente. Todo ello lleva a la evolución de superbacterias mortales que ya no pueden controlarse fácilmente. La única solución que tendrá la medicina química convencional será más de lo mismo: antibióticos más fuertes. Pero eso solo retrasará y quizás incluso agravará lo inevitable. (continurá)