Mario Alberto Carrera
¿Votaron en Honduras por Xiomara Castro (por hartazgo hacia el continuismo de extrema derecha) o por verdadera simpatía hacia el llamado socialismo del siglo XXI y el bolivarismo que tantas reservas produce en conservadores guatemaltecos? Esta es la alternativa y tesis que se juega en el ambiente político.
Un golpe de gorilas expulsó al marido de Castro –Manuel Zelaya– de la presidencia. Es decir, el Ejército (encapuchado) vicario de la clase dominante hondureña, porque entre otros cambios revolucionarios Zelaya impulsaba la fundación de una Constituyente que cambiara la Constitución vigente (al gusto de la oligarquía). Fue la temerosa reacción de las élites económicas de Honduras la que ordenó al Ejército echarlo a Costa Rica como fardo indeseable (igual que a Árbenz). El Presidente costarricense protestó por el abuso y el atropello a la democracia. Y después llegó el zafarrancho de los Hernández.
Efectivamente, como insinúo al principio, Zelaya era copartícipe del bolivarismo, un movimiento recreado y fomentado por Hugo Chávez –para instalar un socialismo contenido o moderado– con el fin de detener el desbocado derechismo, de gran parte de los gobiernos y élites económicas de Latinoamérica, conducidas por el capitalismo salvaje y un desbocado neoliberalismo (furibundo privatizador) ya medio fracasado en el continente.
Las primeras líneas del editorial de un periódico impreso del 1.12-21 dice que: “El voto contra el gobierno de Juan Orlando Sánchez dio el triunfo a Xiomara Castro”. Iniciar un editorial con esta suerte de enunciado ya nos indica por dónde van los tiros: disminuir –en el triunfo de Castro– todo valor intrínseco a nivel político y poner todas las cargas en que fue por odio a Hernández que la gente votó por Castro. Y, cuando se habla de bolivarismo chavista, hacer presión entorno a sus nexos con Cuba para invocar el fantasma del comunismo –como si aún existiera– pintado por Marx y Engels. A no ser en Corea del Norte.
El mismo editorial titula su texto así: “Triunfo bolivariano en Honduras”. Para agitar la bandera del escándalo contra todo lo que huela a socialismo aunque sea moderado como el español de hoy. Hay grandes contradicciones en Guatemala: por un lado queremos (se supone con sinceridad) que la miseria y el hambre terminen, pero la metodología para “lograrlo” sigue siendo neoliberal, que es un modelo caduco. Toca lógica y dialécticamente darle oportunidad al contrario. Pero entonces se enarbola el principio de que todo lo que huela a izquierda es pernicioso y que lo único que hay que exterminar es el Pacto de Corruptos, como exclusivo instrumento para acabar con el hambre y la miseria y olvidarnos de que la lucha política es ideológica y no digamos socioeconómica.
Pronto estaremos en época preelectoral y desde hace un tiempo las baterías de los diversos sectores políticos de Guatemala se confrontan aun sutilmente. Pero podría soltarse un revulsivo. El triunfo de Xiomara Castro en Honduras –nuestro vecinísimo– hace temblar el statu quo encomendero de Guatemala. Ergo (por parte de las derechas arqueológicas) hay que exponer como a lo peor a la posible izquierda socialista de la futura Honduras y ligarla, con terquedad, a movimientos y países censurados como Venezuela y Cuba.
¡Gran prejuicio!, porque cada país puede tener y tiene su propio modelo de socialismo del siglo XXI, a partir del planteado por Diederich Steffan y no todos, de ninguna manera, ser clones de Cuba. Además, lo de Cuba es más bien alucinado comunismo –para santos– y, por el comunismo, no estamos ya ninguno que goce de sensatez. En todo caso, los progresistas tendremos que decantarnos en las próximas elecciones, en Guatemala, por un socialismo moderado como el de Xiomara Castro –en rechazo histórico a lo ocurrido con su marido y el Ejército Hondureño– que fue expulsado vergonzosamente como Jacobo Árbenz –en ropa interior– por ejércitos vendidos a Estados Unidos y a las clases poderosas de nuestros países feudales.