Adolfo Mazariegos
Hace un par de años leí ayer un breve análisis acerca de cómo el populismo en América Latina se ha visto de alguna manera vinculado a los pensamientos nacionalistas llevados a la práctica en algunos países del continente. Como ejemplo, dicho análisis utiliza, a manera de referencia, los casos actuales de los presidentes López Obrador (México) y Bolsonaro (Brasil), en tanto que, según se indica en aquel texto, tanto uno como otro, a pesar de abanderar corrientes ideológicas opuestas, tienen valores y similitudes importantes que les hacen encajar a ambos en la denominación de populistas según. (Véase: The Economist, edición en español publicada el 8 de diciembre de 2019). Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de populismo? Prudente es, para referirse al tema, establecer previamente, aunque fuere de manera somera y a grandes rasgos, algunos puntos de partida en los cuales suele basarse un populista, en virtud de que el populismo no puede ser considerado como una ideología propiamente, sino, en todo caso, como una suerte de estrategia en el marco de la búsqueda del poder político dentro de un espectro que puede partir de izquierda a derecha o viceversa indistintamente. Por tal razón, resultaría un error atribuirle su uso a una corriente ideológica en particular. Y, como sencilla evidencia empírica de ello (que en este caso no es lo óptimo dada la necesidad de cientificidad, obviamente), pueden traerse a colación, a manera de ejemplo, los casos que el análisis citado líneas arriba utiliza para referirse al tema, en virtud de las diferencias ideológicas existentes entre un caso y otro. El populismo no es algo nuevo, ciertamente, de hecho, ha sido utilizado extensamente a través de la historia humana con fines y objetivos diversos más allá de la política y de las ideologías, y seguramente las sociedades del mundo seguirán viendo su utilización como herramienta para la consecución de ese acercamiento hacia los conglomerados sociales por parte de los grupos de poder o personajes que intentan acceder a él o mantenerlo. El populismo, no obstante, se observa actualmente en distintas áreas del quehacer humano en el marco de lo que percibimos o aceptamos como Estado, no solamente en lo estrictamente político, sino también en áreas aparentemente tan disímiles como la economía o la religión (por mencionar un par de ejemplos). Sin embargo, lo que no deja de llamar la atención en análisis como el referido, es esa asociación entre el populismo, los nacionalismos y las ideologías (por ejemplo), vínculos cuyos efectos, a través de la historia, han resultado, en más de alguna ocasión, en etapas o momentos históricos severamente cuestionados. Un tema de considerable trascendencia, sin duda, aunque a simple vista, como sociedad, ni siquiera reparemos en ello a pesar de vivirlo muy a menudo.