Los diputados de la Alianza Oficialista, que no es producto de identidad de programas o principios, sino simplemente del reparto del pastel que hacen con el presupuesto, se portaron a última hora generosos con enmiendas de curul que aumentaron significativamente el gasto público para repartir más dulces con la piñata en que ha sido convertido el manejo financiero de los recursos de la Nación. Subir de 105.9 mil millones a 106.2 mil millones parecería irrelevante, pero se trata de incrementos de última hora de 300 millones de quetzales con el único fin de repartirlos entre allegados, sea por razones políticas o por puros intereses personales, y ese dinero se suma a un Presupuesto que ya estaba desfinanciado y que hace crecer exponencialmente la deuda pública.
Estamos advertidos por las autoridades locales y por los expertos internacionales que el año entrante tendremos que hacerle frente a la inflación y cualquiera que entienda algo de economía tiene que saber que ello obliga a ser muy prudente en el manejo de los recursos para no quedarse sin ellos a la primera de cambio. Pero como la corrupción no tiene límite y tiene tantos beneficiarios en nuestra sociedad, se muestra insaciable. Ya el proyecto de presupuesto elaborado por el Ministerio de Finanzas obligaba a contraer fuerte deuda, pero se quedó chiquito para las “necesidades” de los diputados que en la Comisión de Finanzas emitieron un dictamen en el que elevaban el techo presupuestario.
Y a última hora, en el pleno del Congreso todavía se sacaron de la manga varias asignaciones clientelares que pagaremos los guatemaltecos con nuestros impuestos y que servirán para que los diputados puedan incrementar sus ganancias durante todo el año que viene.
Hace un año la población entendió el desmadre financiero de un presupuesto hecho a troche y moche, teniendo una reacción cívica que obligó a un drástico reculón. Hoy en día como que ya los ciudadanos nos dimos por vencidos al ver que poco o nada se puede hacer para detener el curso de este proceso que nos llevó a la consolidación de una dictadura de corrupción que, al parecer, toleramos como algo inevitable, confiando en que centrados en nuestro propio esfuerzo y trabajo podamos subsistir a pesar de las decisiones que se toman en contra del interés colectivo y del bien común.
El país sigue su curso en un largo camino de continuo descenso sin llegar nunca a tocar fondo y eso nos hace dormir tranquilos, aunque sepamos que vamos por mal rumbo y que tarde o temprano habremos de pagar las consecuencias de todo este descalabro institucional pero mientras ese momento llega, ahora nos preparamos para vivir y gozar las fiestas de fin de año.