Los hechos inverosímiles en la política y la sociedad guatemalteca suceden de manera “natural”, aquí igual se descubren casos de corrupción donde se encarcelan capos, pero al final casi nadie es culpable. Se cuenta con una diáspora de partidos políticos que a duras penas tienen diferencias, pero en su conjunto se representan a sí mismos. Socialmente se discute en burbujas sobre problemas estructurales como la vida o la propia familia, y se toman decisiones sobre las mayorías desde la simbiosis de la religión, la política, el financiamiento y el aburguesamiento de las luchas.
Abiertamente se amenaza al Estado de no pagar un resarcimiento a exmilitares y se ejecutan acciones por estos para demostrar su seriedad (o para mostrar la fuerza de algún viejo general o de alguna Asociación de viejos militares a los que no les falta nada). El Ministerio de Gobernación está preocupado quién sabe de qué, porque de la seguridad de la población no. El Ministerio de Desarrollo ha pasado desapercibido dos años. Se sabe poco o nada del Ministerio de Agricultura. De las relaciones exteriores ni hablar, da vergüenza defender un Estado dirigido por una manga de ineptos, empezando por el Presidente, este último, no acepta nada, no lo aguanta nadie y lo peor, no deja de gritar y sigue sin poner rumbo a un gobierno que, a pesar de la pandemia, ha tenido dos años para demostrar a la población en general, que realmente le interesa. A cambio, los que están felices son los empresarios, agradecidos con Malouf por no haberlos dejado abandonados en dos años: los que sí se quedaron abandonados, fueron los trabajadores. A ver si con eso compañeros y compañeras, se dan cuenta que no son colaboradores de las empresas que les contratan.
Ya la calle se parece mucho a la locura de país que teníamos antes del Covid19, aunque este no haya pasado ni terminado. Los únicos que se salvan, y no los altos mandos, sino quienes han estado y están luchando con lo que tienen y pueden, son el personal de Hospitales. Por lo demás, el Ejecutivo pasó de presentarse los primeros días de la pandemia como muy preocupado y con el Presidente al frente de la situación, a esconderse tras Ministros, Ministras, funcionariado y demás que pudiera asumir el desgaste de lo mal manejada que ha sido la pandemia.
El fondo del asunto es que la economía ha sido la prioridad, y ni siquiera porque crean en el gobierno en el mercado o el capitalismo puro y duro, sino más bien, porque saben que la situación a nivel general era ya muy difícil antes de la pandemia y una crisis económica les podría hacer perder el control, el poder, y entonces, mejor tener contento al empresariado y que se mueran unos cuantos de miles, eso sí, el poder no lo pierden.
De hecho, a dos años de las elecciones, ya arrancó la campaña y Zury, con todas las piezas movidas por décadas en el Sistema de Justicia, ya tiene vía libre para ser inscrita, con su reconocimiento de marca no sería difícil prever que punteará en la carrera presidencial. Igual caso es el de Sandra Torres que no alcanza a ser borrada del imaginario electoral de primera vuelta… en segunda, siempre es traicionada. Y Mulet, el bendecido que se quedó relegado al final por el gritón de Giammattei logrando la bendición para poner orden a la “intervención extranjera”. El asunto es que no se trata de cambiar personas al frente del Ejecutivo o el Legislativo (que vaya que dan vergüenza estos segundos), es ese modelo que hace decidirse por la economía de los empresarios y no por la salud de la población. Lo que hay que cambiar es el modelo político y de desarrollo del país.
Mercado siempre habrá, comercios, dinero: lo que anda haciendo falta desde que se firmó la independencia, es que, al centro del modelo, esté la dignidad de quienes vivimos en este territorio.