Celso A. Lara Figueroa
Universidad de San Carlos de Guatemala
Después de la destrucción de Santiago de Guatemala en 1773 y las luchas intestinas por el traslado de la urbe a un nuevo asentamiento, Santiago de Guatemala desapareció totalmente, perdió sus privilegios y el rey don Carlos III fundó la nueva ciudad en el Valle de la Virgen el 2 de Enero de 1776 con un nuevo nombre: Nueva Guatemala de la Asunción, en honor a la Virgen de la Asunción que los indígenas de Chinautla, en este valle, tenían como su patrona y que veneraban en la actual Parroquia Vieja desde su reducción en 1553 y que en aquellos remotos tiempos se llamaba iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, cuyo culto posteriormente se unificó con el traslado del antiguo pueblo de Jocotenango, adyacente a Santiago de Guatemala, el cual también tenía como Santa Patrona a la Virgen de la Asunción.
Por orden del Cabildo eclesiástico, en 1790, se ordenó cerrar el culto de la Asunción en la Iglesia de los indios de Chinautla y se fundó entonces la Parroquia Vieja, más tarde Cruz del Milagro, y dejó como único culto de la Virgen de la Asunción a la imagen adscrita al pueblo de Jocotenango.
Cabe mencionar que en 1789 se refunda la Villa de La Antigua Guatemala por orden real y la ciudad de Santiago fue oficialmente abandonada, aunque no deshabitada. El centro de poder se trasladó entonces a la Nueva Guatemala de la Asunción.
La feria de Jocotenango cobra importancia a finales del siglo XVIII y tuvo su mayor auge en el siglo XIX. A partir de la dictadura de Jorge Ubico en 1931 empezó a decaer hasta convertirse hoy en una expresión de cultura de masas o anticultura en donde lo foráneo y lo comercial ha sustituido en su mayor parte a lo tradicional.
Sin embargo, la feria tiene una historia profunda. Veamos algunos datos al respecto: El traslado del pueblo Jocotenango de Santiago de Guatemala al nuevo asentamiento, quedó establecido al norte, en las inmediaciones de la Nueva Guatemala de la Asunción. De ahí en adelante, se convirtió en un pueblo de albañiles, pues sus moradores varones se dedicaron a construir la nueva ciudad.
El nuevo pueblo de Jocotenango era considerado por las autoridades como una «nueva reducción», según lo revelan documentos de 1779. De manera que el trato dado a los pobladores era el de «indios reducidos». También se menciona la existencia de «arena mineral», llamada mostacilla. Asimismo, se indica que en el pueblo existían dos ladrilleras que producían «ladrillo de mediana calidad». En uno de dichos expedientes se dice que los indios jocotecos se hallaban «enteramente dedicados a la reedificación de esa capital con cuyo destino fueron conducidos de aquel a este pueblo».
En los documentos mencionados se afirma que los indios de este lugar también prestaban servicios personales, por ejemplo cargar a cuestas mercaderías. Respecto a las mujeres se dice que «abastecían el lugar de carne de cerdo, de manteca, de tortillas, fríjol y otros comestibles como frutas que compran a otros cosecheros, pues no tienen tierras». Aquí mismo se refiere a la pobreza de los indios de la siguiente manera: “no hay indio alguno que tenga ni aun un pie solo de milpa, pero ni aun terreno propio donde poder plantarlo por carecer de ejidos.
La celebración de la Virgen de la Asunción ha sido el motivo principal para llevar a cabo la feria de Jocotenango. Sin embargo, los cambios durante la Revolución Liberal de 1871 la modificaron en alguna medida. En primer término, en 1873, por acuerdo gubernativo y con los auspicios de la Sociedad Económica de Amigos del País, se fundó la Sociedad Zootécnica, cuyo objetivo principal fue impulsar el desarrollo de la producción pecuaria. Esta sociedad importó de Estados Unidos dos toros de raza Durham y Devon para mejorar la producción.
La feria de Jocotenango cobra importancia a finales del siglo XVIII y tuvo su mayor auge en el siglo XIX. A partir de la dictadura de Jorge Ubico en 1931 empezó a decaer hasta convertirse hoy en una expresión de cultura de masas o anticultura en donde lo foráneo y lo comercial ha sustituido en su mayor parte a lo tradicional.
Al Presidente Barrios no le pareció este lugar y previa incorporación del pueblo de Jocotenango a la ciudad, en 1879 mandó construir en dicho sitio el Hipódromo del Norte como se llamó más tarde: “Que tal circunstancia indica la conveniencia de suprimir su corporación municipal y poner a Jocotenango bajo la jurisdicción de la de Guatemala, con lo que indudablemente se facilitará la acción administrativa. Que los indígenas de Jocotenango poseen terrenos, cuyo valor es oportuno se destine a la mejora de esa raza; y de acuerdo con la opinión del Consejo de Estado; Decreta:
Artículo 1o. Se suprime la Municipalidad del pueblo de Jocotenango el que queda en lo sucesivo sujeto a la jurisdicción de municipio de la capital.
Artículo 2o. Se funda un colegio exclusivamente destinado a la civilización de los indígenas de la República.
Artículo 3o. Los ejidos y terrenos comunales que han pertenecido al mencionado pueblo, serán vendidos y la Secretaría de Instrucción Pública queda autorizada para atender con su producto los gastos de instalación del colegio de Indígenas”.
El 10 de agosto de 1882, según acuerdo gubernativo, se celebró la feria en el antiguo pueblo de Jocotenango. Antonio Batres Jáuregui la describe así: En el barrio de Jocotenango, un pueblo indígena de albañiles y chichigüas (nodrizas), contiguo a la capital. Aquella alegre alquería contaba mil quinientos habitantes y tenía modesta iglesia, pobre casa de cabildo y extensa plazuela, en donde se sembró una hermosa Ceiba por el capitán General Mollinedo y Saravia. Aquel pueblo formaba el centro del animado villorio, que conocí en mis mejores años. En el humilde templo figuraba una colosal escultura labrada en cedro y traída de La Antigua Guatemala, representando al Eterno Padre, en legendaria efigie de milagrosa fama, pero de ningún gusto estético. Creo que la tosca imagen aún se conserva en San Sebastián. Los indios jocotecos deben haber encontrado en la monumental escultura mucho de lo primitivo de sus abruptos ídolos.
Más adelante continúa:
Cuando yo era niño me embebecía con el bullicio del corpus de Jocotenango, al ver la altísima Ceiba convertida en esbelto altar agreste, lleno de frutas, flores, banderas, pájaros y adornos, que formaban vibrantes ondas, acariciadas por auras de amoroso júbilo. Un pueblo sin ínfulas de grandeza, era feliz viviendo en apasibilidad campestre. Allí, junto al templo, existió el cementerio de la aldea, con sepulturas humildes y arrevesados epitafios. En seguida, levantóse un hipódromo suntuoso, en el cual hubo memorables carreras de caballos magníficos en tiempo de la presidencia del general Barrios (…) Por entonces todavía tenía la famosa feria de Jocotenango mucha concurrencia y alegría el 15 de agosto, y algunos días después, como centro de ventas y recreo social (…)
Ramón A. Salazar también se refiere a la feria de Jocotenango celebrada durante la época de Barrios. Indica que en esta época el movimiento popular era considerable, concurrían numerosos “mercaderes y negociantes de repúblicas vecinas y de los departamentos, para comprar y vender ropas, ganados, frutos y algunas chucherías”.
Salazar, al referirse a las ventas que venían del interior de la República, dice: “Los indígenas de los Altos traían manzanas, camuesas y nueces de Quetzaltenango, pan de San Diego y pitos de Patzún; sillas, cacharros de barro y otras industrias de Totonicapán; ponchos y jergas de Quetzaltenango, Momostenango y Chiantla, que podrán y pueden sostenerse parangón con las inglesas. Del Norte, nos venían: jícaras de Rabinal, chinchines y objetos de jarcia de Cubulco; hamacas de pita floja de Cahabón; de Amatitlán: pepitoria, chancacas y colación, alborotos, niguas y dulces de azúcares clarificadas y teñidas con colores inofensivos; figurando animales de las más diversas especies; de San Martín Jilotepeque las rapaduritas en forma de rosarios, envueltas en hojas de maíz teñidas de los más diversos tintes, con los cuales era de moda adornar el pecho de los caballos o de los mismos jinetes, que se les atravesaban de izquierda a derecha y con los cuales iban algunos tan contentos y satisfechos».
Según los diarios el presidente José María Reyna Barrios mejoró y dio auge al paseo actualmente denominado Simeón Cañas y las carreras hípicas se incrementaron.
Con el dictador Manuel Estrada Cabrera cobró importancia la feria de Jocotenango entre los grupos dominantes de la ciudad. Destacaban las carreras de caballos, el desfile de carruajes de lujo y las transacciones de ganado. Era el sitio ideal para que las damas y los caballeros lucieran sus mejores galas.
El Viejo Reporter escribe el 17 de agosto de 1899 refiriéndose a Jocotenango: Esta bonita plaza estuvo frecuentada por toda clase de personas; unas fueron de paseo, otras a hacer negocio y muchas a apostar dinero en las mesas de juego. Los Chingolingueros, ruleteros, vendedores de jergas, rosarios de rapaduritas, nueces, matagusanos, pitos, et. hicieron negocio, y no se diga las cantinas y ventas de cerveza que estuvieron llenas de tragones al por mayor. Los carros del tranvía –servicio que estuvo muy bueno– condujeron a Jocotenango y al Hipódromo, inmensa multitud de personas.
Refiriéndose a los artículos que se vendían en la feria, el mismo Viejo Reporter escribe en 1901: “Este bonito lugar estuvo materialmente invadido por toda clase de ventas de ropa de lana, sillas de madera y guitarras de Totonicapán, rosarios muy vistosos de rapaduritas; guacales, jícaras y chinchines de Joyabaj y de Rabinal. En otros puntos vimos los puestos de nueces, castañas, membrillos, camuesas, rosquitas y pan de Patzún, lo mismo que los pitos de barro de este mismo lugar, y tunas, granadas y alborotos de Amatitlán. Esos Chingolingueros, además de ser en extremo listos para decir atrocidades, también tienen su maña para arrancar el níquel y los billetes de banco a los incautos que se acercan a las pequeñas mesas de juego…”
También describe otras diversiones como: La rueda de los caballitos que hizo las delicias de los niños, así como la poesía popular. Prueba de ello encontramos en una crónica de la feria de Jocotenango, publicada en el “Diario de Centro América” el 18 de agosto de 1906, que cita la siguiente letrilla la cual era recitada por un hombre con “un cuchumbo en mano”:
«Letrero de la mañana
Puso en su tienda un amigo
Buenos géneros de lana,
Para señoras de abrigo.
Las morenas hizo Dios
y las blancas un platero
Las coloradas un sastre
Las negras un zapatero»
En la crónica citada también se refiere a la procedencia de los vendedores de la feria: “Vinieron de varios pueblos de occidente regular número de indígenas trayendo manzanas camuesas, nueces, pan de San Diego, pitos de barro de Patzún, guitarras de Totonicapán, ponchos y jergas finas de Momostenango; del Norte trajeron hermosas jícaras de Rabinal y Cubulco, de Amatitlán diversidad de golosinas y de San Martín Jilotepeque los hermosos rosarios de rapaduritas; y los rosarios hechos en la casa de la señora Clara Soto de Gámez, quien envía rosarios a toda la República para las ferias, que son muy apetecidos y mejores que los indígenas”.
Basten estos apuntes para que quede constancia de la importancia del día de la Patrona de la Nueva Guatemala de la Asunción.
La presente publicación se basó en distintas fuentes específicas sobre el tema. Asimismo, en varios autores, en especial en el capítulo XIII del libro Las fiestas populares de la ciudad de Guatemala: una aproximación histórica y etnográfica de Ofelia Columba Déleon Meléndez (Guatemala: CEFOL, 1989). Las citas hemerográficas y bibliográficas se deben exclusivamente a la autora del tan excelente ensayo, las cuales fueron tomadas para enriquecer este artículo divulgativo.