Es notablemente burda la relación existente entre Giammattei, Consuelo Porras y la magistrada Silvia Valdés que se traduce en el eje de la impunidad en el país pero, además, en el instrumento para facilitar la persecución penal en contra de quienes son molestos para el régimen o se atreven a desafiar la existencia de esa tenebrosa plataforma que pretende generar mayores facilidades para la corrupción. Pero la gente no reacciona ante hechos concretos como cuando Giammattei se encarga de divulgar el sentido que le darán a ciertos casos en el MP activados, precisamente, para sindicar a quienes tuvieron la osadía de investigar casos como el de la alfombra rusa o el contubernio del delincuente Gustavo Alejos con el mismo Giammattei para pactar la elección de la Directiva del Congreso de la mano con la selección de magistrados seleccionados por ese oscuro personaje.
Por más que analistas de la vida nacional remarquen y destaquen los puntos que hacen obvio el hecho de que el Ministerio Público dejó de ser una entidad independiente para convertirse en pieza central de la forma en que le gusta operar a Giammattei, la gente sigue su vida tranquilamente sin ponerle mayor atención al tema. Hay como una especie de resignación, de aceptación de esas situaciones como inevitables en la vida del país, y por lo tanto cada quien se centra en su esfuerzo por sobrevivir sin meterse a problemas.
Hay muchos estudios sociológicos que explican el comportamiento de la gente cuando ha sido sometida tantas veces por la fuerza y la represión. Nuestros pueblos originarios fueron los primeros que sintieron ese comportamiento del poder con los conquistadores, pero luego se mantuvo la tradición de que quienes ejercían el poder tenían la capacidad y facultad para hacer uso del mismo para reprimir cualquier brote de descontento, situación que llegó a su extremo durante el Conflicto Armado Interno cuando miles de personas murieron y muchísimas más fueron desaparecidas por haber elevado en algún momento su voz reclamando el respeto a los derechos ciudadanos.
Tantos años de represión han creado una cultura de silencio, de resignación y de sobrevivencia que hace del nuestro un pueblo que, por lo general, prefiere agachar la cabeza y actuar como si nada estuviera ocurriendo. No importa que la obra pública se destruya antes de ser inaugurada, que el sistema educativo sea de vergüenza y que la salud pública quede como un sueño, no digamos que el MP vuelva a ser instrumento de represión. Pero en el extremo a que hemos llegado, hace falta actuar como ciudadanos responsables.