Edgar René Ortiz
El pasado 18 de septiembre tuvo lugar la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeño (CELAC) en la Ciudad de México. La CELAC es un espacio fundado en 2010 en el que participan 32 países latinoamericanos. Brasil se retiró en 2020.
La CELAC nació como un foro orientado a avanzar la integración y construcción de un futuro común para la región latinoamericana. La gran diferencia con la Organización de Estados Americanos (OEA) es que Estados Unidos y Canadá no participan de este foro.
La región latinoamericana, sin embargo, se veía partida en dos grandes bloques: aquellos países que participan de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América, el ALBA, y el denominado y debilitado Grupo de Lima que apareció para dar una respuesta articulada a la situación venezolana y dar apoyo a la oposición de ese país.
En el ALBA participan países como Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba y otros países caribeños. Del Grupo de Lima participan Ecuador, Colombia, Paraguay, Costa Rica, Brasil, entre otros. Perú se retiró tras la victoria de Pedro Castillo y Argentina con la victoria de Alberto Fernández.
La VI Cumbre de la CELAC mostró a un Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dispuesto a apuntalar a los gobiernos de la izquierda latinoamericana. Por una parte, invitó al presidente cubano, Miguel Díaz Canel, a dar un discurso en la ceremonia militar por la conmemoración de la independencia.
Pero el plato fuerte fue la inesperada visita del dictador venezolano, Nicolás Maduro que dio lugar a un cruce de palabras. Reprocharon su presencia el presidente paraguayo, Abdo Benítez, y el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou.
Bajo la denominada doctrina Estrada, que postula el respeto a la autodeterminación de los pueblos y la no injerencia en los asuntos internos de otros países, AMLO dio oxígeno a líderes antidemocráticos como Maduro, Díaz Canel y Daniel Ortega.
Por si esto fuera poco, AMLO sugirió la necesidad de reemplazar la OEA por un organismo que no sea “lacayo de nadie”. Le secundó Luis Arce, presidente boliviano, en claro malestar por el rol que jugó la OEA en la misión de observación electoral de 2019.
Hay muchas críticas que se pueden hacer al rol de la OEA en los últimos años. No ha sido el órgano decisivo en la crisis venezolana y tampoco ha sido lo suficientemente contundente con los atropellos que comete la dictadura nicaragüense. Por otra parte, hay reproches porque consideran que este organismo no midió con la misma vara la en el caso de las elecciones hondureñas de 2018 con la que midió las de Bolivia de un año más tarde.
El panorama no es alentador. Pese a los desaciertos de la OEA, no debemos olvidar que órganos como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Interamericana de Derechos Humanos son instancias vitales en la tutela de los derechos humanos en nuestra región.
Los reproches que hicieran muchos mandatarios en la CELAC no son para construir un orden más garante de los derechos humanos y la democracia. Más bien parece que bajo el manto de la no intervención y la soberanía pretenden desembarazarse de instancias de la OEA, tales como la CIDH y la Corte IDH que, aunque imperfectas, suponen un freno a los excesos de poder de algunos gobiernos de la región.