Jorge Beteta
A ocho días del mal llamado bicentenario de nuestra patria, ha sido particularmente evidente en redes sociales un derrotismo y una negación ciega a los avances que, si bien a veces parecen inexistentes, nuestro país ha tenido. Una retórica que se ha mantenido por una premisa, que pretende ser una contradicción en sí misma, sobre la legitimidad de nuestra independencia. Sí, es cierto que la independencia, en definitiva, no fue del pueblo para el pueblo. Un plan de independencia que fue gestado, desarrollado, orquestado y ejecutado por una élite, que hace 200 años se llamaban criollos y españoles y hoy conocemos con otro nombre. Sin embargo, hemos logrado avanzar en distintos aspectos. Evidentemente, por citar algún ejemplo, socialmente la población indígena ha logrado avanzar y alcanzar nuevos estándares de vida. En cuanto a la política, se han logrado distintos episodios de “primaveras democráticas”. Religiosamente, hay una mayor libertad de cultos, y en papel disponemos de una Guatemala “laica”.
Es cierto, no se pueden negar los pequeños avances, pero también es necesario reconocer el camino que hace falta. Hoy por hoy, nos encontramos en una situación, donde la población se debate en medio de una polarización inmensa, si permanece en la pasividad porque “ya no hay nada qué hacer” o cae en los radicalismos que algunos grupos practican. Hoy por hoy, nos encontramos en una situación donde esos jóvenes afortunados que pueden estudiar terminan acuñando frases que predican que ser profesional en Guatemala “es un chiste”. Hoy por hoy, nos hace falta una verdadera motivación, pero, sobre todo, nos falta convicción. Convicción entre nuestro hablar y nuestro actuar. Convicción entre pedir un cambio para eliminar la corrupción, y mantener una forma de actuar pulcra, dejando de lado la mentalidad de “si no te cachan, no es delito”. El cambio es personal, pero la diferencia se ve en la sociedad. Hoy, a 8 días del mal llamado bicentenario de nuestro país, debemos entonces enderezar el camino, y no solo echarnos a lamentar sobre las cosas que no hemos logrado cambiar. El primer paso para cambiar es reconocer la piedra del camino, pero no podemos quedarnos únicamente lamentándonos de habernos caído. No importa cuán nublado se encuentre el panorama, si se desfallece, si se deja de intentar y si cada día más guatemaltecos caen en la pasividad por la desesperanza, entonces, solo entonces, podremos afirmar que vivimos en un no país.
La independencia, si bien se proclamó hace 200 años, todavía falta ser cumplida. Hoy no estamos subyugados a un país de ultramar. Hoy nos encontramos doblegados por aquellos déspotas que corrompen cada vez más a nuestro país. Traidores que se aprovechan cada vez más de los guatemaltecos, y a pesar de eso, consideramos que vivimos en una democracia real, cuando en realidad, nuestra democracia se ha convertido en una oligarquía vestida en seda, donde creemos que un congreso ilegítimo da la legalidad. Donde creemos que las cortes preservarán la legalidad, se arrogan funciones que atentan contra cualquier independencia. Montesquieu se retuerce en su tumba cuando decimos República de Guatemala. Guatemaltecos, estimado lector, hay que reconocer, hoy a 8 días de la independencia, hemos llegado al fondo. Solo podemos subir. Y, rescatando una frase de un tal fulano que la volvió en una especie de maleficio, hoy la rescatamos, por su sentido, “Que Dios bendiga a Guatemala”