Claudia Virginia Samayoa
@tucurclaux
Mis primeras experiencias de diálogo se dieron en el marco del autogolpe de Serrano Elías cuando nos imaginábamos un proceso de paz que le diera una salida política a la guerra interna. Mis estudios filosóficos entonces me habían abierto al mundo del relativismo del conocimiento propio de la postmodernidad y me preparó para entender un elemento fundamental de todo diálogo: la diferencia.
Desde el pensamiento ilustrado que marca mucho de la formación de los ciudadanos y ciudadanas que portan sus cinco décadas o más, las ideas fuertes nos hacen creer que en la verdad como unívoca y alcanzable; la libertad y la igualdad como algo universalmente entendible y asequible; y la humanidad como homogeneidad son el marco de nuestras relaciones sociales. Comprender que la verdad es relativa, que la objetividad es un acuerdo de intersubjetividades, que la universalidad de los principios como la libertad e igualdad es matizada por los momentos históricos y que la otra persona es inconmensurable son elementos vitales para el diálogo hoy.
Afortunadamente, más de la mitad de la población se ha relacionado con un mundo que maneja una sana dialéctica entre las ideas fuertes de la ilustración, el liberalismo y el socialismo con las del relativismo más cercano al desarrollado por culturas originarias que mantuvieron su relación con la naturaleza y al conocimiento derivado del desarrollo científico y tecnológico actual. Por ello, hoy es viable hablar de la construcción de un Estado Plurinacional y de la deconstrucción del patriarcado en nuestras relaciones sociales; porque entendemos que la realidad se parece más a la imagen que percibe una abeja a la que observa un cíclope.
Así que después de esta digresión filosófica –gajes de la formación–, regreso a mi primer aprendizaje sobre el diálogo político en Guatemala. La diferencia, aún dentro de personas de un mismo grupo o filiación, es no solo inevitable sino necesaria para construir. Ignorar la diferencia no solo implica disminuir la riqueza social que está en la misma sino también colocar en una olla de presión todo aquello que llevará el fracaso de los resultados del diálogo. Luego de casi tres décadas de participar y observar en diálogos ya no me queda ninguna duda de aquel aprendizaje inicial informado por mi formación filosófica: sin diferencia no se puede hablar de diálogo.
El diálogo para el manejo del conflicto social perdió todo su sentido en el mundo actual porque se desvirtuó bajo la consigna: “Fijémonos en los que nos une y no en lo que nos divide”. Claro, siempre y cuando, lo que nos una es lo que el poder económico o político dice que es y lo que nos divide es la experiencia y percepción de las grandes mayorías que demandan cambios. Por ello, escuchamos una y otra vez de los gobiernos de turno que enérgicos pedidos para que olvidemos el pasado, los ‘errores’ personales o los institucionales y el poder económico nos dice que nos unamos a su desarrollo.
Yo propongo que dejemos hacer lo mismo que hemos hecho en las últimas tres décadas y en su lugar le demos una oportunidad al diálogo empezando por reconocer la diferencia y luego abriéndonos a matizarla y ver los grises donde podamos trabajar y construir sinergias y consensos. ¿Es un camino fácil? NO ¿Es un camino necesario? SI