Juan Jacobo Muñoz Lemus
No son pocos los discursos solemnes y de tono elevado, que mucha gente pronuncia o publica para levantar los ánimos de la gente. Generalmente son temas de protesta, orientación política y presuntamente patrióticos, donde quien los emite se plantea como adalid de alguna causa.
Mi país no es la excepción, y hasta se entiende que los argumentos son más que válidos en una buena cantidad de casos; así que no encuentro valor en discutir el tema. Pero lo que me llama la atención, es que por más que busco, no encuentro un solo período de la humanidad en que no haya sido así; lo que me lleva a la consideración de que se trata de un fenómeno humano.
Revoluciones van y vienen, y luego de enardecidas conquistas todas toman el camino de algún tipo de dictadura que luego evoluciona a la necesidad de una nueva revuelta; en un círculo vicioso que no termina, y del que se aprovechan siempre los antisociales de mejores discursos.
Insisto en mi tesis, se trata de un fenómeno humano y por eso no deja de pasar lo mismo. Y como no soy político, no me queda más que ir en otra dirección.
En la búsqueda de independencia, la primera revolución es interior; y el destino es enfrentarse solo a la vida, sin importar cuanto se reciba de los demás. De lo contrario, se pierde la opción de autogestionarse.
El riesgo de no atreverse a la transformación que lleva de la dependencia a la autonomía, condena a una vida de actitud demasiado receptiva que, a pesar de su aparente comodidad, impide ganar confianza. Lo contrario a la confianza obviamente es la duda; un obstáculo para cualquier desarrollo, con el consecuente estancamiento y la aparición de una dinámica malsana como la codependencia, que se da cuando a uno le angustian tanto las manipulaciones de otro, y termina haciendo lo que el otro quiere.
La ruta de la independencia es la reflexión. Pensar es un acto libre y doloroso porque nos deja solos. Y, aun así, es mejor eso que unirse a cualquier secta que invite a no reflexionar. Adherirse ciegamente a cualquier causa, trae consigo el riesgo de una polarización absoluta y una falsa seguridad para emitir juicios sentenciosos.
La insensatez tiene muchos representantes, y vivimos en un mundo lleno de desproporciones, incongruencias e intolerancias, y de muchos grupos humanos con consignas y preceptos sesgadamente fundados pero muy fomentados, que invitan al fanatismo apasionado, irresponsable y destructivo. El único resultado posible por esta vía es juzgar y contener a los que no piensan igual.
Las variables son múltiples y los escenarios muy variados. Por ejemplo, vivimos en una sociedad en donde las mujeres están entrenadas para admirar a los hombres, pero los hombres no están entrenados para admirar a las mujeres. Los adultos están entrenados para someter a los niños, que a su vez están entrenados para admirar a adultos y padres que no son admirables. La democracia evolucionó a tiranías de partido y a un lío que nadie sabe cómo desanudar. Las iglesias imponen obediencia sin réplica. Los ciudadanos del mundo están entrenados para compararse, para competir, para vencer y si es posible para humillar al vencido. Se admira al poderoso, sin importar la verdad de su poder. Mentimos sin mayor conciencia y nos creemos las mentiras. Cuando hacemos lo que nos da la gana sentimos que estamos cumpliendo con un deber. Planteamos cosas elevadas y las ponemos al servicio de perversiones avaladas por la moral; si no, por qué la violencia contra la mujer, el maltrato infantil, el acoso laboral, la discriminación y la justicia parcializada. Las dictaduras son reconocidas como económicamente productivas sin importar a costa de que. Se admira al que se queda con la mejor parte y los malos siempre ganan porque no tienen límites. La gente considerada se detiene por ética y siente que pierde. A los pacientes psiquiátricos se les pide que tengan pensamientos lógicos, y a todos se nos exige no tener malos pensamientos y tampoco malos sentimientos. ¿Se puede hacer eso?
Así gira todo, y cuando la gravedad de las cosas supera nuestra capacidad de respuesta humana, emergen nuestros prejuicios y bajos instintos, que nunca habían desaparecido. El ser humano es temperamental, apasionado e impetuoso, difícil de frenar.
¿De qué independencia podemos hablar? Ojalá como humanos planeáramos todo lo que hacemos; sería todo más fácil si fuera lógico. Pero hay tantas cosas inconscientes, que fácilmente se recurre a la manía de querer explicarlo todo con los escasos pensamientos de la inmediatez.