Juan José Narciso Chúa
La esperanza con respecto a la apertura democrática se agotó. Hoy todo es incertidumbre, malestar, contrariamente a lo que se preveía en el inicio del período democrático, hoy todo es desesperanza. ¿Cuándo empezó el punto de no retorno?, ¿En qué momento se hipotecó el futuro para conservar el pasado con un presente lleno de mentiras? En realidad, es difícil responder a estas preguntas en forma conclusiva, pero es indiscutible que en cada régimen de Gobierno inició el deterioro, pero en este espacio hubo siempre alguien que se aprovechaba de todo.
Conducir el Estado significa establecer los puntos críticos hacia dónde dirigir a una sociedad en su conjunto, manejar el Estado implica el reconocimiento de los grandes problemas que aquejan a enormes grupos de población e intentar intervenciones específicas para mejorar las condiciones de vida de muchos, pero lamentablemente este esfuerzo fue mínimo, pobre, escaso.
Las orientaciones de los partidos políticos se extraviaron. El conocimiento sobre la política era pobre, realmente paupérrimo, lo que existió en muchos partidos políticos fue la capacidad de adaptar las gestiones del Estado para favorecer a los grupos de interés y con ello se conseguían hacer ricos fácilmente.
El uso de los recursos del Estado se convertía en el botín al cual todos recurrían para comprar voluntades, para asegurar comisiones ilícitas, para mantener control sobre muchos grupos de presión, mientras que las élites se aseguraban de una forma continua mantener su control sobre el Estado, contar con funcionarios designados por ellos, con diputados fieles a sus intereses y con jueces que sabían interpretar sus designios para mantener la impunidad.
Pero el deterioro fue incrementándose, la incapacidad fue aumentando cada cuatro años, la formalidad de la democracia se mantuvo, pero hasta ahí. Equipos de Gobierno llegaban y fracasaban, hubo algunos que lograron establecer cierto balance, cierto equilibrio, pero el peso del poder de los grupos de interés prevaleció sobre todo.
Así de cuatrienio en cuatrienio, el presupuesto se convirtió en pivote para “arreglar” acuerdos, para establecer alianzas, para facilitar la gestión pública y, de paso para “asegurarse” el futuro, para vivir sin mayores problemas.
En estos tiempos de democracia, sí hubo esperanza, pero se agotó rápidamente. El inicio del período democrático inyectó mucho de esa esperanza, pero sufrió mucho, el desgaste fue mayúsculo y se arribó a un segundo régimen que decepcionó porque creyó que todavía era para “golpes de Estado”, pero ya no, funcionaron las instituciones de contrapeso, principalmente la Corte de Constitucionalidad.
Pero hoy, todo nos deja con un sabor agrio, la esperanza se esfumó y hemos pasado por regímenes que se han hundido en la podredumbre. Ni siquiera articularon equipos para sortear crisis políticas o económicas, sólo fueron un grupo de personas que tiraban todas del mismo pivote: la corrupción, sin ninguna mira en una mejor sociedad, esas son pajas dicen, aquí lo que hay que hacer es aprovechar este momento.
Así despacio y sin sentirlo llegamos a este desastre, a esta muestra palpable de que el Estado Fallido es una realidad y que ni las presiones del norte, ni la oposición interna conseguimos balancear la situación. Uno piensa que se tocará fondo y por efecto rebote mejoraremos, pero no, contrariamente, al alcanzar lo malo, todavía se puede poner peor y peor.
El camino hacia una democracia se derrumbó con ella misma, hoy caminamos en la aleatoriedad de ocurrencias que abonan una senda peligrosa cuando todos los poderes del Estado y las instituciones de control se encuentran cooptadas y deambulan como “muertos vivientes”, pero se acercan peligrosamente a “dictaduras democráticas o a fascismos a la carta”. Realmente motivos para celebrar o conmemorar no existen, no nos engañemos.