Adolfo Mazariegos
Escuché hace unos días, en la televisión, acerca de un caso reciente en el que un hombre fue sentenciado por violar reiteradamente a su propia hija. Producto de dichas violaciones, la niña (si no recuerdo mal, de trece años), ha dado a luz ya en dos ocasiones… No hay necesidad de decir que el asunto es indignante, aborrecible, preocupante, ¡alarmante! De acuerdo con estadísticas publicadas por OSAR, el Registro Nacional de las Personas (Renap) registra, de enero a junio de 2021, el nacimiento de 35,290 niños/as de adolescentes entre 15 y 19 años. Y 948 niños/as nacidos de niñas entre 10 y 14 años (Véase: osarguatemala.org), El dato, que de por sí es, en términos generales, realmente preocupante, evidencia un problema de fondo en el marco de la convivencia social en el país, no sólo en términos de salud mental y física, sino también en términos educativos, culturales, sociales, jurídicos, etc. Además, en muchos casos, la aplicación de la justicia no se da en virtud de que muchos de estos (casos) no son siquiera denunciados y mucho menos perseguidos. Ello, porque probablemente el agresor es alguien del entorno familiar o cercano a la víctima, lo cual ocurre frecuentemente tal como evidencia el caso aquí citado, y, en el imaginario personal de la víctima o de quienes podrían hacer algo al respecto en un momento dado, denunciarlo podría quizá acarrearles más problemas o situaciones ríspidas que prefieren evitar (a un costo muy alto para la víctima y para el fruto de muchas de estas violaciones, obviamente). La actual pandemia en la que la humanidad se encuentra inmersa de forma inesperada, ha venido a agravar considerablemente, por supuesto, la problemática, lo cual es notorio de acuerdo con los datos que aquí se han mencionado. El Código Penal (y otras leyes vigentes), sin embargo, es claro al establecer en su Artículo 173, segundo párrafo, lo relativo al delito de violación cuando la víctima es menor de catorce años. Establece también, adicionalmente, los agravantes (entre otros) cuando el agresor es familiar o pariente cercano de la víctima. El punto es, como puede apreciarse, que existe un problema serio que ha aumentado alarmantemente en los últimos dos o tres años (particularmente el último año), y que se constituye por sí mismo en un fenómeno nefasto que trasciende los límites de la salud o la educación, trasciende los datos estadísticos per se y el ámbito de la aplicación de justicia. Un fenómeno que está marcando para siempre la vida de muchas niñas y adolescentes cuyos días quizá empezaron a transcurrir ya por senderos poco alentadores de cara al futuro. Es innegable la urgente necesidad de hacer algo contundente al respecto. La niñez y adolescencia siguen siendo una de las materias pendientes del Estado a pesar de que mucho se hable de ello. Y es fácil ver, cómo, para muchas niñas y adolescentes, el cielo sencillamente pareciera desplomarse abruptamente.