Sandra Xinico Batz
Racismo, racismo, racismo, mil veces racismo. No me cansaré de escribir todas las veces que sean necesarias, que este país, esta nación bicentenaria, es una patria racista, misógina, clasista y colonial que nos está matando. No son solo doscientos años, la Guatemala en que sobrevivimos es el resultado de la continuidad e institucionalización de la invasión, el robo, el despojo y la desigualdad.
El extractivismo ha sido el mecanismo de acumulación por excelencia del sistema colonial, con este se mantiene en funcionamiento el ciclo de empobrecimiento para seguir enriqueciéndose (cada vez más), enraizado desde la invasión española buscando extraer y explotarlo todo, los conocimientos, la naturaleza, la fuerza de trabajo. Desde entonces la corrupción también ha tenido un papel importante, porque genera niveles profundos de impunidad que, en contextos de colonización, empobrecimiento, violencia y racismo, les permite a los ricos mantener su riqueza y por ende, su poder.
Doscientos años no pasan solo así. Estamos viviendo en carne propia el costo de sostener a una élite parásita y criminal, que ha formado su riqueza a puro saqueo, haciendo del Estado una herramienta más para sostener su dominio; disponen de las leyes y las instituciones a su antojo, controlan el sistema de justicia para hacer legal el crimen y mantenerse impunes generación tras generación. Una patria en la que se provoca hambre para someter y controlar, jamás será libre.
Estamos viendo, viviendo el Estado colonial en su esplendor. La Corte de Constitucionalidad ha mostrado nuevamente a quienes sirve y a quienes se debe. Para el sistema colonial este es el orden constitucional que hay que mantener, el que debe prevalecer para que los verdaderos criminales se mantengan evadiendo la justicia, para modificar la legislación cada vez que les sea conveniente o necesario para que las élites se mantengan en el poder, para no perder el control de su finca. Desfalcar, engañar, robar, son las características de los gobiernos y las prácticas más recurrentes de los funcionarios públicos, que a pesar de provocar o ser parte de las múltiples desgracias del país, se blindan y protegen unos a otros.
El dinero es el dios del Estado colonial, compra cardenales, monseñores, obispos, pastores evangélicos. Despilfarros, lujos y excesos son la cotidianidad de los políticos en este país, mientras la mayoría de la población lucha por comer cada día. En este pequeñito país tenemos a los gobernantes mejor pagados de la región, también a los más ricos, cuyo capital parece de fantasía porque jamás veremos tanto dinero junto, ni ahorrando sin gastar un solo quetzal durante toda nuestra vida y la de nuestras, nuestros descendientes.
Durante doscientos años los criollos han controlado la nación racista, para los pueblos aún no amanece, para los grupos sociales empobrecidos la realidad no ha mejorado con la democracia criolla. Embalado va nuestro patrimonio a Nueva York sin fecha de retorno, no importando lo que diga la ley porque estas son una trampa para las, los empobrecidos.
Esta es la dictadura colonial, esta es la democracia.