Alfonso Mata
La pandemia de Covid-19 constituye una crisis global que ha obligado a muchas naciones a adoptar y hacer cumplir varias estrategias, cuyo centro son regulaciones que debe cumplir la gente y que la experiencia ha mostrado que a pesar de contar con un apoyo general (pero no unánime) las personas están lejos de cumplir universalmente. Muchos afirman que eso es debido a que somos un pueblo desorganizado y faltante, pero ¿qué existe detrás de ello? La pandemia al principio progresó lentamente por estar un poco controlada; con el tiempo se relajaron restricciones y cumplimientos, hasta llevar la pandemia a incontrolable.
Son muchas las causas que llevan a las personas a respetar las reglas, a que seamos leales al deber o, por el contrario, que no nos importe. En alguna forma, los expertos han tratado de entender el hecho de que muchos hayan transgredido las reglas y normas o las hayan adoptado parcialmente o eludido en nombre de razones ocasionalmente convenientes y contingentes. De hecho, decenas de estudios psicológicos han demostrado desde hace algunos años, lo difícil que es para las personas cumplir con las reglas, especialmente cuando son impuestas desde el exterior y afectan la manera de su vivir y se basan en principios morales, que no siempre son fáciles de entender o aceptar. En resumidas cuentas, el cumplimiento o no de las normas antipandémicas, fuera de la presión estatal que en ello se impone, queda en manos de la gente.
Entonces, vale la pena explorar y reflexionar sobre lo que los estudiosos han encontrado al respecto: sobre lo que nos lleva a ser leales al deber o, por el contrario, importarnos un carajo.
Se ha visto que los rasgos de personalidad (patrones persistentes de forma de pensar, relacionarse y pensar sobre el entorno y sobre uno mismo y que se presentan y pueden ser distintos en diferentes ambientes sociales), determinan las elecciones de comportamiento a favor o en contra de cumplir o no y ese modelaje de la personalidad se da dentro del hogar y la sociedad.
Otro elemento fundamental en el no cumplir, es la tendencia de los individuos a desvincularse moralmente (que representa el conjunto de mecanismos cognitivos, construidos individualmente y socialmente aprendidos, que liberan al individuo de sentimientos de auto-condena cuando se comporta de manera «incorrecta» al hacerlo. Desprendimiento moral (Bandura, 1990)) y que libera de la dificultad para asumir la responsabilidad de los actos y no solo tiene que ver con rasgos de personalidad, sino de un estilo de vida y condiciones sociales a que se está sometido, y que puede conducir a ignorar la dimensión ética del comportamiento por propia conveniencia y a transgredir las reglas impuestas, sin mostrar ningún malestar, vergüenza o remordimiento. En muchos estudios sobre la pandemia actual, las personas que reportan niveles más altos de desvinculación moral, informan que violaron con mayor frecuencia las reglas de aislamiento domiciliario o el distanciamiento social.
Además de la desconexión moral, la disposición a cumplir o no cumplir de los individuos, parece estar relacionada con su nivel de confianza social generalizada. La percepción de que los que nos rodean también están trabajando para respetar las reglas impuestas, es elemento crucial para favorecer el cumplimiento de las reglas. Tanto es el peso de este factor que, en determinadas circunstancias, se atenúa la influencia de la desvinculación moral sobre el incumplimiento de las normas.
Frente a las disposiciones básicas de la personalidad de cada uno, la desvinculación moral y la confianza y solidaridad en los demás, se yergue un cuarto factor: credibilidad, aceptación y confianza en el actuar del Gobierno central y local. Muchos estudios han mostrado que es fundamental que las personas se sientan protegidas por las instituciones; que confíen en ellas para poder apoyar su trabajo y encausa su conducta. Todos esos factores mencionados se conjugan y constituyen poderosos incentivos para no respetar las reglas.
Es importante insistir en un hecho: La interacción adecuada sociedad-gobierno. Un buen funcionamiento de eso, da a las poblaciones, a la comunidad, el sentido de pertenencia. El sentimiento de que todos juntos vamos en una dirección y con un propósito muy específico, facilita la formación de personalidades que pueden seguir reglas, especialmente en una situación delicada como la que representa la pandemia. Cuando los fracasos históricos de interacción gobierno-sociedad son rotundos, esa fe de sentido de pertenencia y acción, llamémosle así, no existe y no se forma la esperanza que se puede llegar a algo exitoso. Y en condiciones de choque constante entre estado y sociedad, no todos tenemos la misma percepción de las reglas y las consecuencias que pueden traer ciertos comportamientos. En esa condición, la noticia más fácil de aceptar es la que niega el motivo de la norma o regla “no existe, todo es inventado, se busca otra cosa”. Y bajo esa perspectiva entonces, el castigo debe implementarse y si este no se da, se deja la situación a dependencia sólo de las capacidades de autorregulación de los individuos y de eso lo que se obtiene es un fracaso como el que estamos viviendo.
Entonces, en una identidad transgresora, se puede observar desconexión moral y la desconfianza en la ciencia, en la política, en la relación con el otro, y dicen algunos psicólogos que algo grave sucede en esas personas “hacen pausa en su conciencia; hacen daño sin sentirse culpables”. De hecho, desde los primeros días de la pandemia, quedó claro cómo a pesar de la preocupación que generó su propagación y de los imperativos morales difundidos por diversos expertos, la gente tuvo dificultades para respetar las normas. Y eso dependiente de la magnitud y el impacto de relación que tienen los cuatro factores arriba mencionados, en el individuo y la sociedad.
El período que vivimos, es sin duda difícil para todos. En hacer frente a la epidemia, los gobiernos locales y central han tenido una pobre y a veces irresponsable actuación que, ni a garantizado la seguridad y la salud de los ciudadanos, ni ha solventado lo fundamental de la propia ley dictada, lo que ha resultado en falta de credibilidad y confianza en lo que dicta y dice el gobierno, que no ha podido ni sensibilizar y menos empoderar a la población, de la responsabilidad de la situación. De tal manera que la pandemia con el tiempo, ha ido empeorando.
Y qué decir del actuar en provecho propio visto en autoridades y gente que posee mando, poder y privilegios. Esto tiene connotaciones históricas en nuestro país, convertida en una tradición, que explica el comportamiento pandémico de algunos. Cuando una persona comete una acción que va en contra de sus principios morales, se crea una disonancia cognitiva, entendida como la tensión que se crea cuando implementamos una conducta que se opone a nuestra idea, lo que provoca malestar individual. Este último, para tratar de calmarse, implementa mecanismos cognitivos, es decir, estrategias mentales que el individuo puede utilizar para procesar la información, capaz de contrarrestarla (noticias falsas convertidas en verdaderas). Las estrategias cognitivas transforman comportamientos inmorales e inaceptables en aceptables. Esto en nuestro país, se da no solo en emergencias como la presente, sino en formas de dirigir político o privado, que sirve de ejemplo a la sociedad. En este sentido, el incumplimiento de las reglas de distanciamiento social puede verse como una forma de mala conducta aprendida esperada.