Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz Lemus

El tema es inquietante, parece una sentencia. Nunca se puede ser tanto ni tan poco, pero el problema no es de ser, sino de convencer; y pasamos la vida queriendo demostrar que valemos la pena.

Se busca tanto lo que no existe, que no se ve la verdad; y profundizar en eso desdibuja el panorama y la extensión de la vida. Gritando para ser escuchado uno no se escucha a sí mismo, o peor aún, no escucha su alma.

Todos intentamos hacer bien las cosas, pero está claro que tenemos puntos ciegos que son el resultado de pésimos aprendizajes y mandatos inconscientes. Queremos dar la talla como hijos, como padres, como estudiantes, como empresarios, como atletas, como amantes, lo que sea.  Por ser imposible la culpa es compañera, y varía según lo que cada uno haya hecho propio, con la moral que adoptó como válida. Vivimos como pasando un examen todo el tiempo, y como si la vida fuera un deber. La paradoja es que ser feliz, no depende de lo que pase afuera sino de cómo se está por dentro.

Ser el mejor en algo es imposible.  Es como ir en una carretera y esperar que nunca haya un auto delante, y lo que es más caprichoso; querer que sí haya autos, pero que todos vengan detrás.  En la fantasía de ser el mejor, se necesita a los demás para vencerlos. Un poco el resabio de no poder estar solos.

Así somos.  Nos sentimos tan debilitados que llegamos a creer que hacer cosas, a la larga nos va a revitalizar. Es un tema de autoestima en el fondo; por eso es necesario no sobreestimarse ni subestimarse, solamente estimarse. Todos lo sabemos.  Pero como me comentaba una amiga, se pueden tener ideas filosóficas magníficas como verdades y aun así no tener un cambio.  La conclusión más sensata es que, si no hay cambio, esa no es la verdad que necesitamos, y vamos a tener que seguir buscando.  Pero ¿buscar qué?  Seguramente hay que averiguar para qué nos sirve solapadamente seguir viviendo igual y no de otra manera.

Ya desde la antigüedad Aristóteles con sus ocurrencias, identificaba a la mediocridad como una virtud y la práctica sabia de buscar términos medios justos entre dos actitudes diametralmente opuestas. Hasta se acuñó el concepto de Aurea Mediocrita y se definió como el estado de quien está en paz con un bienestar que siempre será relativo, es decir que ni demasiado, ni demasiado poco.  O como bien se puede entender con esta dualidad, sin envidia y sin codicia. Pero es común que nos guste navegar en la dicotomía del bien y el mal.

Ser mediocre era humano, pero se degradó la palabra, se hizo peyorativa, y solo hablamos de excelencia como sinónimo de perfección. Queremos ser un cien, que no se puede por ser perfecto; descubrimos que somos un setenta, o en un buen día un ochenta y nos descalificamos tanto por ello, que nos sentimos un cero.

El mundo se ha beneficiado de eso y pide excelencia, no rendirse jamás, establecer el cielo como límite y que nadie se conforme.  Son palabras nada más, vacías la mayor parte del tiempo; y aunque el exceso y la carencia no son deseables, el ser humano solo es perfectible, que solo significa ser capaz de mejorar, y seguramente con la posibilidad de ser muy bueno en algo, nunca perfecto.

Vivimos en la irrealidad con un yo ideal estratosférico y esperpéntico, y ponemos en el inframundo lo que creemos que es nuestro verdadero yo. Necesitamos humildad para conocernos, reconocer nuestros límites y los de la realidad y hacer las paces con la normalidad de la imperfección. Sin eso, querer dar la talla es como ser un niño pequeño que cree que si no lo hace como supone que los otros quieren, lo van a dejar de querer, lo van a abandonar, se va a quedar solo y se va a morir desprotegido.

Caminar despacio es mejor que correr sin rumbo y deslumbrado por luces pasajeras.  Correr bajo el sol de mediodía no deja ver la sombra; pero la sombra es como un tatuaje, es imborrable y siempre va con uno.

Habrá que ganar tolerancia a la frustración, a la ansiedad, a la incertidumbre, a la comparación, a la crítica, a la soledad, a las ambigüedades, a lo diferente; a la realidad en general. De lo contrario todos estaremos penando por no dar la talla y culpándonos neuróticamente por nunca ser suficientes.

Que en alguien quepa la cordura, y al que lo logre le dirán que es un conformista y un perdedor.  Tendrá que tolerar eso también.

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