Alfonso Mata
¿TODOS NECESITAMOS LA VACUNA?
La semana pasada el CDC como la FDA recomendaron la tercera dosis de la vacuna COVID para personas inmunodeprimidas. Los adultos con inmunodepresión moderada y grave, deben recibir una tercera dosis de vacuna. Se debe administrar al menos 28 días después de que se complete la serie de vacunas iniciales, y preferentemente usarse la misma vacuna cuando sea posible. Además, se recomendó que la dosis adicional se administre idealmente 2 semanas antes del inicio de las terapias inmunosupresoras.
Actualmente, las personas inmunodeprimidas ya sea por infecciones, problema nutricional, o por tratamientos de cáncer, representan entre el 40% y el 44% de las infecciones intercurrentes hospitalizadas en muchos países. Los estudios han demostrado que las vacunas son solo un 59% 72% efectivas después de dos dosis en este grupo, en comparación con un 90% a 94% de efectividad en adultos sanos.
¿CUÁNDO VA A TERMINAR ESTO?
La expectativa es que el COVID-19 se convierta en endémico y esto lo debemos entender de la manera siguiente: significa esencialmente que la pandemia no terminará con la desaparición del virus. Pero eso debe entenderse como una visión optimista en que suficientes personas obtendrán protección inmunológica de la vacunación y de la infección natural. De modo que habrá menos transmisión y muchas menos hospitalizaciones y muertes relacionadas con COVID-19, incluso cuando el virus continúe circulando.
Pero si todo el mundo aportara y la vacunación fuera lo suficientemente rápida, cosa que no ha pasado, podría suceder lo que pasó con el SARS en 2003 y con el brote del virus del Ébola en África Occidental en 2014: las medidas de salud pública finalmente detuvieron la propagación y pusieron fin a ambos brotes. Si bien existen diferencias importantes entre los virus y los contextos, esta comparación subraya la necesidad crítica de mejorar nuestra infraestructura de salud pública global y nuestros sistemas de vigilancia para monitorear y ayudar a responder al inevitable potencial de un próximo virus pandémico potencial.
Debemos tener algo claro desde ahora todos: dado que los virus se propagan donde hay suficientes individuos susceptibles y suficiente contacto entre ellos para mantener la propagación, es difícil anticipar cuál será la línea de tiempo para el cambio esperado de COVID-19 a la endemnicidad. Hay algo más que todavía: está pendiente decir que estamos en una endemia o vamos hacia ello. Depende de factores como la fuerza y duración de la protección inmunológica de la vacunación y la infección natural, y de nuestros patrones de contacto entre nosotros que permiten la propagación y la transmisibilidad del virus. Por lo tanto, es probable que los patrones difieran considerablemente de lo que vimos con las otras pandemias debido a las respuestas heterogéneas que se están dando del COVID-19 en todo el mundo, en donde en algunos lugares la política es de «cero COVID» y en otros con respuestas limitadas y una disponibilidad de vacunas y captación muy variable, como el caso de muchos países de Latinoamérica incluyendo el nuestro.
Entonces, no podemos dejar a un lado dos posibilidades: una de que el COVID-19 se convierta en endémico que significa esencialmente que la pandemia no terminará con la desaparición del virus (lo más posible según muchos) en cambio, la visión optimista es que suficientes personas obtendrán protección inmunológica de la vacunación.
No está lejos que sucediera lo primero. Muchos de los virus respiratorios que se introdujeron en la población humana, se propagaron por todo el mundo y pasaron a la circulación endémica, generalmente con picos anuales de incidencia durante alguna estación del año. El ejemplo más comúnmente invocado en estos días es la pandemia de influenza de 1918, causada por un virus de influenza A/H1N1. Pero hay otros ejemplos más recientes de influenza: la pandemia de influenza de 1957 causada por un virus de influenza A/H2N2, la pandemia de influenza de 1968 por un virus de influenza A/H3N2 y la pandemia de «influenza porcina» de 2009, por una influenza A/H1N1 virus. Todos ellos andan rondando por ahí. De repente las pandemias comienzan con tasas de mortalidad por infección más altas que las observadas en los años posteriores. Si bien la disminución de las tasas de mortalidad después de las pandemias puede deberse a una serie de factores, un contribuyente clave probable es que la primera ronda de exposición a un patógeno confiere cierto grado de protección contra la reinfección y la gravedad de la enfermedad si la reinfección ocurre. Las vacunas confieren protección de la misma manera, como lo han demostrado los datos de las vacunas COVID-19.
Y OTRA GRAN PREGUNTA ¿VACUNAS DE REFUERZO EN PRÓXIMOS MESES O AÑOS?
La necesidad de refuerzos anuales con esta pandemia no está clara, y quedan por responder preguntas clave sobre eso básicamente en dos campos: biología y políticas.
Por el lado de la biología, ¿cuánta evolución antigénica veremos en el SARS-CoV-2? En otras palabras, ¿en qué medida evolucionará para evadir nuestro sistema inmunológico? Conocemos ejemplos en ambos extremos del espectro: algunos virus, como la influenza, requieren vacunación repetida debido a su evolución antigénica, mientras que otros, como el sarampión, se mantienen a raya durante décadas después de la vacunación infantil.
Pero en relación con el SARSCoV-2 ¿Cuánto tiempo dura la protección inmunológica y cuál es la naturaleza de esa protección? Aun ignoramos ¿En qué medida la protección conferida por la vacuna reduce la probabilidad de infección de enfermedad grave si se infecta o de la probabilidad de transmisión si se infecta? Sabemos que hasta el momento lo reduce. ¿Con qué rapidez se desvanecen cada una de estas respuestas? Tampoco sabemos, necesitamos que haga más historia el virus.
Desde el punto de vista de las políticas, ¿qué carga de enfermedad estamos dispuestos a tolerar en una población? Es una pregunta política que se extienden más allá de COVID-19, por supuesto, y deberían impulsarnos a reevaluar lo que queremos hacer con respecto a otras enfermedades prevenibles. Tampoco sabemos si en algún momento se van a sumar a las olas del COVID-19 una ola de virus respiratorio sincitial (VSR), otro virus respiratorio que para la mayoría de nosotros causa síntomas de resfriado y gripe, pero que puede ser mucho más grave en bebés, ancianos y personas con afecciones respiratorias. Generalmente en países como Estados Unidos se ven entre 20,000 y 60,000 muertes al año en los EE. UU. Por influenza. A escala mundial, tuberculosis y malaria siguen siendo flagelos que causan un inmenso sufrimiento. Las inversiones en estas áreas y otras medidas que hemos aprendido de COVID-19, como la importancia de la ventilación y el enmascaramiento, pueden ayudar a reducir las enfermedades y muertes causadas por una variedad de virus respiratorios e impulsar la innovación en herramientas para abordar otras amenazas de enfermedades infecciosas todo esto entra dentro del campo de la política de salud.
Las pandemias pasadas han llevado a cambios masivos en la forma en que vivimos que hemos llegado a aceptar como normales. Las pantallas en puertas y ventanas en el siglo pasado, ayudaron a mantener alejados a los mosquitos que transmiten la fiebre amarilla y la malaria. Los sistemas de alcantarillado y el acceso a agua potable ayudaron a eliminar las epidemias de tifoidea y cólera. Quizás las lecciones aprendidas de COVID-19 en términos de prevención de enfermedades, puedan producir mejoras similares a largo plazo en la salud individual y global.