No es ningún secreto el complicado panorama que, como producto de la pandemia que actualmente aqueja a la humanidad a nivel global, ha tenido que enfrentar la educación durante los pasados dos años. Aunque ciertamente, en muchos casos, sin necesidad de enfrentar pandemia alguna y especialmente en regiones como América Latina, la educación, entendida como ese proceso de enseñanza-aprendizaje a través del cual el individuo se prepara académicamente para enfrentar de mejor manera los retos y avances de la vida en sociedad, ha dejado mucho que desear. Por ello, y por otras tantas razones que quizá sería ocioso mencionar, no deja de inquietar, por un lado, el futuro de la educación en términos generales; y por otro, los efectos de una deficiente formación en las generaciones que hoy pasan horas frente a una pantalla, siguiendo (o haciendo como que siguen), programas “educativos” que no responden realmente a las necesidades y exigencias que suponen la vida moderna y los retos ya mencionados, particularmente en los primeros años de escolaridad, que es la etapa en la que se colocan las bases de todo lo que habrá de venir con los años para un estudiante. Y como alguna vez dijo Cicerón, probablemente movido por alguna preocupación similar a la que aquí se expone (lo parafraseo): “no es lo mismo saber, que saber enseñar”. Hoy, muchos niños de quienes tienen acceso a la educación y sobre todo a tecnología (y ese es otro asunto igual de importante y preocupante), pasan la mayor parte de su tiempo frente a una computadora, frente a un teléfono celular o frente a la pantalla de algún dispositivo tecnológico mediante el cual reciben clases on-line. Adicionalmente, esos mismos dispositivos los utilizan para comunicarse con sus amigos y compañeros después de clases; luego los usan una o dos horas para sumergirse en los juegos de moda; después realizan tareas y las envían (siempre a través de dispositivos electrónicos), para luego dedicar, quizá, una o dos horas a la televisión o algún otro juego electrónico (otra pantalla). Y así, sucesivamente, hasta agotar las horas del día y parte de la noche, para finalmente dormir y retomar la rutina a la mañana siguiente. Aunque parezca exagerado y aunque se piense que se peca de exceso de fantasía, las distópicas ficciones de autores como Orwell y Huxley (y más recientemente Ishiguro con su “Klara y el Sol”), independientemente de las razones o motivos, se han venido convirtiendo en una realidad que no deja de ser inquietante y que, más allá de los programas educativos per se, debe motivar al diálogo y a la discusión seria y concienzuda de lo que se avecina para las nuevas generaciones…, lo aceptemos o no.
Adolfo Mazariegos
Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.