Víctor Ferrigno F.
El 2 de agosto de 1954, hace 67 años, los jóvenes de la Compañía de Cadetes de la Escuela Politécnica cubrieron de gloria sus armas al capturar a los mercenarios del mal llamado ejército de la liberación, que se arrogaban el derrocamiento del coronel Jacobo Árbenz, Presidente Constitucional de Guatemala, con apoyo financiero, político, logístico y de armamento de la CIA, y gracias a la traición del alto mando del ejército, que no intervino ante la invasión extranjera.
Con esta gesta heroica, los Cadetes del 2 de agosto reivindicaron la dignidad nacional y, contra viento y marea, demostraron que el derrumbe de la institucionalidad, de la democracia y del Estado de derecho se debió a la alianza perversa de la oligarquía, los militares corruptos y los políticos venales, subordinados al mandato del imperio.
Estos jóvenes, la mayoría menores de edad, se enfrentaron a todas esas fuerzas cuando el resto de la sociedad creía que era imposible oponerse al tsunami político, económico y militar imperial que recorría nuestra América, después de la Segunda Guerra Mundial. Esta percepción social hace más heroica la acción de los cadetes, más deplorable la traición del alto mando del ejército, y más falaz la historia de un grupúsculo de mercenarios que no encontraron resistencia armada en su invasión desde Honduras.
Los detalles de este hito histórico pueden consultarse en el libro de Carlos Enrique Wer “Los Héroes Tenían 15 años”, escrito por uno de los cadetes del 2 de agosto. Para mayor información, véase también “PBSUCCESS, operación encubierta de la CIA en Guatemala”, del historiador Nicholas Cullather, basado en documentos desclasificados de la CIA. En la introducción, el autor relata que respondiendo, en 1998, al director de la CIA sobre los peligros de seguir mirando hacia atrás, él le espetó: “La siguiente historia, creo, muestra por qué es incluso más peligroso no hacerlo.”
Aquél agosto de 1954 se parece mucho a la crisis político-institucional y sanitaria que vivimos hoy día, aunque ha variado la postura de EE. UU. Una alianza espuria compuesta, como ayer, por políticos corruptos, empresarios venales y militares genocidas ha cooptado al Estado y, además de drenar el erario nacional, están matando la escasa democracia existente, y anulando la posibilidad de contar con un sistema de justicia probo, transparente y cumplido. Por ello, sostenemos que debemos revivir la dignidad nacional, como nos enseñaron los cadetes del 2 de agosto, aunque parezca que es imposible.
En 2015 aprendimos que, cuando el Pueblo se levanta, es posible derrumbar al tigre de papel de esta alianza criminal, y pudimos defenestrar de la presidencia hasta al “mayor Tito” (nombre de guerra de Pérez Molina), responsable de muchas masacres en el Quiché.
Lo importante es que el Pueblo ya se hartó del pacto de corruptos, y el #29J se lanzó a las calles a protestar en cientos de lugares, pidiendo la renuncia de Consuelo y de Giammattei. Ayer, las Autoridades Indígenas Ancestrales convocaron a un nuevo paro para el 5 y 6 de agosto, abriéndose una nueva oportunidad de reclamar: ¡Fuera Consuelo! ¡Renuncia Giammattei!
En este contexto, Consuelo Porras es un fusible quemado, que da patadas de ahogada, removiendo a Carla Valenzuela, recién nombrada responsable de la Fiscalía Especial Contra la Impunidad, por negarse a cumplir órdenes ilegales de la Fiscal General. Sigamos demandando su renuncia, como lo han hecho todas las bancadas parlamentarias de oposición y cientos de organizaciones sociales, porque no hay injusticia más grande, que la justicia simulada.
Hay que agotar todos los recursos legales disponibles, pero el factor determinante será el Pueblo alzado en calles y plazas que, una vez más, deberá ejercer su poder soberano, para construir una patria para todos y todas. ¡Que vivan los cadetes del 2 de agosto!