Cuando Amanda Wood, una madre de tres hijos, se enteró de que cientos de vacunas de coronavirus estaban disponibles para los adolescentes en Toronto, una sola cosa evitó que saliera corriendo al sitio de vacunación en una secundaria local: a su hija de 13 años le dan miedo las inyecciones. Wood le dijo entonces a Lola: si te vacunas, podrás volver a ver a tus amigos, podrás hacer deportes. Tentada por la promesa de recuperar una vida adolescente normal, Lola aceptó.
En Zimbabue, a un mundo de distancia de Canadá -más de 13 mil kilómetros (8.000 millas)-, los retos van mucho más allá en la lucha para alcanzar la inmunidad colectiva.
Andrew Ngwenya estaba sentado recientemente fuera de su casa en un municipio de clase trabajadora en Harare, la capital, reflexionando sobre cómo podían salvarse él y su familia del COVID-19.
Ngwenya y su esposa, De-egma, habían ido a un hospital que en ocasiones tenía dosis de sobra. Horas después, menos de 30 personas habían sido inoculadas. Los Ngwenya, padres de cuatro hijos, regresaron a casa, desesperados por vacunarse.
«Estamos dispuestos a recibirla, pero no podemos tener acceso a ella», comentó el padre de familia. «La necesitamos, ¿en dónde podemos conseguirla?».
Las historias de las familias Wood y Ngwenya reflejan un mundo totalmente inequitativo, dividido entre quienes tienen vacunas y los que no las tienen, entre quienes se pueden imaginar un mundo más allá de la pandemia y quienes sólo pueden anticipar meses y quizás años, de enfermedad y muerte.
En un país, los tropiezos iniciales en la lucha contra el COVID-19 fueron superados gracias al dinero y una sólida infraestructura de salud pública. En el otro, la mala planeación, falta de recursos y el fracaso de un mecanismo global cuya intención era compartir las pocas dosis disponibles han provocado una desesperada escasez de vacunas contra el COVID-19, así como de tanques de oxígeno y equipo protector.
Con el 70% de su población adulta con al menos una dosis de la vacuna contra el COVID-19, Canadá cuenta con una de las mayores tasas de vacunación en el mundo y ahora continúa con la inmunización de menores de edad, quienes tienen mucho menor riesgo de tener complicaciones y de morir por el coronavirus.
En cambio, en Zimbabue, sólo un 9% de la población ha recibido una dosis de vacunas mientras avanza la variante delta del coronavirus, más contagiosa, que fue detectada primero en India. Varios millones de personas vulnerables al COVID-19, incluidos los adultos mayores y quienes tienen problemas médicos subyacentes, enfrentan problemas para ser inmunizados mientras funcionarios públicos implementan medidas más restrictivas.
Ngwenya dijo que la multitud de personas que intentan vacunarse es desalentadora. «La fila es de unos 5 kilómetros (3 millas). Incluso si te interesa vacunarte, no puedes soportar eso. Una vez que ves la fila no lo vuelves a intentar», dijo.
En Canadá, no siempre abundaron las vacunas. Sin una producción nacional de la vacuna contra el COVID-19, el país empezó lento, con una tasa de vacunación por detrás de aquellas de Hungría, Grecia y Chile. Canadá también fue el único país del G7 en asegurar vacunas en la primera ronda de entregas de COVAX, el esfuerzo respaldado por la ONU de distribuir dosis principalmente a los países pobres.
El primer ministro Justin Trudeau dijo que la intención de Canadá siempre fue asegurar vacunas a través de COVAX, después de invertir más de 400 millones de dólares en el proyecto. La alianza de vacunas Gavi dijo que COVAX también tenía la intención de brindar a países ricos una «política de seguro» en caso de que no tuvieran suficientes dosis.
El envío más reciente de COVAX a Canadá —aproximadamente 655.000 vacunas de AstraZeneca— llegó en mayo, poco después de que unos 60 países quedaran al margen cuando los suministros de la iniciativa se redujeron a un mínimo. Bangladesh, por ejemplo, había estado esperando una entrega de COVAX de aproximadamente 130.000 vacunas para su población de refugiados rohinya; las dosis nunca llegaron luego de que el proveedor indio dejara de exportarlas.
La decisión de Canadá de asegurar vacunas a través del esfuerzo respaldado por la ONU fue «moralmente reprensible», dijo el doctor Prahbat Jha, presidente de salud global y epidemiología en la Universidad de Toronto. Dijo que la primera respuesta de Canadá al COVID-19 calculó erróneamente la necesidad de medidas de control, incluidas un agresivo rastreo de contacto y restricciones fronterizas.
«Si no fuera por el poder de compra de Canadá para procurar vacunas, en este momento estaríamos en mal estado», comentó.
Semanas después de que llegaran las vacunas de COVAX, más de 33.000 dosis todavía estaban en las bodegas en Ottawa después de que funcionarios de salud recomendaran a los canadienses optar mejor por las vacunas de Pfizer-BioNTech o Moderna, de las cuales compraron cientos de millones de dosis.
Los niños Wood recibieron la vacuna de Pfizer. Cuando Canadá comenzó a inmunizar a menores de 12 años o más, Wood —quien trabaja con niños en el sector del entretenimiento— y su esposo arquitecto no lo dudaron.
Wood dijo que sus hijos, que son ávidos atletas, no habían podido practicar mucho hockey, fútbol o rugby durante los confinamientos. Lola extrañaba hornear pan de limón y galletas de chispas de chocolate con su abuela, quien vive a sólo tres manzanas de distancia.
«Sentíamos que teníamos que hacer nuestra parte para mantener a todos seguros, para mantener seguros a los adultos mayores y para que la economía se reanudara y los niños regresaran a la escuela», comentó.
En Zimbabue, no hay expectativa de un pronto regreso a la normalidad y es probable que primero la situación empeore. A Ngwenya le preocupan las amenazas del gobierno de prohibir servicios públicos a las personas no vacunadas, incluido el transporte.
Aunque a Zimbabue le asignaron casi un millón de vacunas contra el COVID-19 a través de COVAX, ninguna ha sido entregada. Su combinación de dosis compradas y donadas —4,2 millones— consiste de vacunas chinas, rusas e indias.
Las cifras oficiales muestran que 4% de los 15 millones de habitantes del país actualmente están totalmente vacunados.
Y a pesar de todo, las cifras hacen de Zimbabue un caso de éxito relativo en África, donde menos de 2% de los 1.300 millones de habitantes del continente están ahora totalmente inmunizados, según la Organización Mundial de la Salud. Mientras tanto, el virus se propaga a áreas rurales, donde viven la mayoría y las instalaciones de salud son deficientes.
Ngwenya, un pastor de medio tiempo en una iglesia pentecostal, dijo que él y sus feligreses recurren a la fe para combatir el coronavirus, pero admitió que muchas personas preferirían primero vacunarse y después orar.
«Todos los hombres tienen miedo a la muerte», dijo. «Las personas se mueren y vemos a las personas morir. Esto es real».