Jorge Raymundo
En artículo anterior decíamos que crear un viceministerio de interculturalidad, no es la mejor opción para crear una cultura de interculturalidad, entendiendo esta como el establecimiento de nuevas condiciones de relacionarnos entre pueblos y culturas que coexistimos en este país.
A lo largo de la historia de invasión, dominación y colonialismo o neocolonialismo que hemos sobrellevado, esas relaciones entre los pueblos mayas, garífunas, xinkas y otros pueblos avenidos a partir de las migraciones, en los últimos años, se han caracterizado por ser unas relaciones de dominación, exclusión y racismo. Un pueblo y una élite se ha encargado de cultivar esas relaciones injustas, que han creado condiciones de desigualdad, pobreza y explotación. En este país, las oportunidades de educación, de salud, de trabajo, de vivienda digna, de acceso a la tierra y a la riqueza en general, no han sido iguales para todos, sino para unos cuantos y esos “unos cuántos” han hecho todo lo posible, porque esas condiciones no cambien sino cada vez se agudizan y se expanden.
No es por casualidad que en los departamentos donde habita más población indígena hay más pobreza, hay más analfabetismo, hay más desnutrición, hay más falta de servicio y ausencia del Estado. Detrás de esa realidad hay toda una intención de dominación, de exclusión y de racismo. Un viceministerio de interculturalidad no puede cambiar esa situación. Es todo el Estado y la sociedad en general que tienen que cambiar y transitar hacia un modo menos excluyente, más oportunidades, más equidad y menos racista. Pero eso se logra mediante un cambio profundo tanto en la forma de relacionarnos entre personas y pueblos, pero también las más profundas estructuras de un Estado monocultural, debe transformarse.
Sin duda como sociedad, pero sobre todo el Estado, debe asumir la diversidad de pueblos y naciones coexistiendo en un mismo territorio y bajo un mismo Estado, como una riqueza y no como un estorbo o un defecto. Esta diversidad debe reflejarse desde la contratación de los servidores públicos, pasando por métodos y formas interculturales de conducirse las instituciones que conforman el Estado. No es simple y sencillamente poniendo alguno que otro indígena o garífuna o xinka en un puesto administrativo de segunda categoría como se resuelve esta situación. Hay que pensar en todo un andamiaje intercultural y una transversalización del modo intercultural, de cómo administrar la cosa pública. Repito, no basta con abrir una ventanilla intercultural para atender a los pueblos, porque no solamente oculta el sistema racista y excluyente sino lo profundiza y se enraíza en la estructura mental y conducta de los funcionarios públicos.
Para que haya ese cambio de mentalidad y modo de ser excluyente y monocultural, hay que educar, educar interculturalmente, para empezar a ver la diversidad que nos caracteriza en algo positivo y no verla como un fracaso, como un defecto o como una enfermedad. La educación que necesitamos es una educación que nos enseñe no solamente a tolerar al vecino sino a convivir con él. La educación intercultural nos debe enseñar otros valores y formas de relacionarnos entre diferentes, respetar las diferencias y convivir con las diferencias. Es el nuevo reto de la educación, si queremos tener a futuro una sociedad y un Estado intercultural. Desde luego ciudadanos interculturales. Sobre esto y otros aspectos de este tema desarrollaremos otros artículos en este espacio.