El camino de Jon Rahm hacia el campeonato en el U.S. Open tal vez iniciócon un par de bogeys.
Terminó con un par de birdies en Torrey Pines que serán mucho más memorables. En las 120 ediciones anteriores del Abierto de Estados Unidos, nadie había conseguido birdie en los últimos dos hoyos para asegurar un triunfo por un golpe.
El resultado generó euforia pura en Rahm, un español de 26 años conocido por su potencia y pasión, y es esta última lo que siempre recibió más atención.
Eso fue lo que le hizo recordar el mes pasado en Kiawah Island. Golpeó la pelota como nunca y se quedó con las manos vacías. Terminó la tercera ronda del PGA Championship con bogeys consecutivos y Rahm estaba furioso cuando le pidieron que se reuniera con los reporteros.
Fue breve. Estaba molesto. Y estaba harto.
Sus emociones le han ayudado tanto como le han perjudicado en su camino a 11 victorias en todo el mundo. Pero ahora es un padre debutante, y sentía una mayor responsabilidad.
«Sé que puedo desempeñarme mejor sin evidenciar tanto mi frustración. Me comprometí conmigo mismo después de la tercera ronda del PGA Championship», dijo Rahm el domingo. «No estaba contento de cómo terminé y pude haberlo manejado mejor. Me prometí ser un mejor ejemplo para mi hijo. Él no recordará nada de esto, porque tiene apenas 10 semanas. Pero yo sí».
Nada fue más dulce que ver a Rahm con su hijo, Kepa, en sus brazos mientras salía del hoyo 18 el domingo luego de un birdie de 18 pies que lo convirtió en campeón de un major y sumó un nuevo capítulo a la breve historia del U.S. Open en Torrey Pines.
«Pequeño, no sabes lo que esto significa en este momento», le dijo Rahm a su hijo en el campo de prácticas tras asegurar su victoria sobre Louis Oosthuizen.
Fue ese cambio en su perspectiva en Kiawah Island lo que lo llevó a cerrar con un 68 en el PGA y a disculparse cuando firmó su tarjeta.
«Está bien enojarse, no me voy a juzgar por eso», dijo Rahm ese día. «Pero sí me juzgaré si no me conduzco apropiadamente».