Alfonso Mata
La dirección y organización judicial y jurídica del Estado es intencionada y quien la utiliza sabe que está ante un juego de espejos que muestran verdades opuestas ante acusación o defensa y que permite desde lo justo hasta la infamia, dependiendo del bolsillo y del poder en los bandos. No hay nada de espontáneo y justo en la voz de su accionar, la cual fue creada para favorecer al que más otorga y deja propina, incluso cuando se usa para combatir fracciones opuestas.
Ante la situación planteada, un diálogo con la esperanza de rendimiento o arrepentimiento, es de hombres de buena voluntad, pero no de realidades. Es no darnos cuenta de que estamos ante una problemática mucho más amplia que los protagonistas mismos. Eso va más allá de compromisos, declaraciones, y revelaciones; es como decir que la pandemia es cosa de virus-huésped, cuando los problemas y causales incluyen personajes más importantes en ambos casos como son las estructuras sociales, políticas, ambientales, fuertemente correlacionadas y entrelazadas entre sí, para propiciar la situaciones e infestación desde la cúpula política hasta los hogares; comportamiento que asume un carácter nacional con múltiples caras pero apuntando desgraciadamente en buena medida en lo social político y comercial, a lo injusto y deshonesto.
Lo anterior da como resultado y en un sentido hace posible el pensar en la migración para unos pocos y la resignación para la mayoría, con fuerte presencia al final de un modelo del desplazamiento interno y externo, en que unos consideran a ese individuo que se mueve como indeseable y otros lo ven como su hacedor de bienestar.
Ya va siendo hora que entendamos que en nuestro Estado y nación, son realmente actividades empresariales las que fortalecen o debilitan la existencia de ligaduras políticas y sociales marcadas por la intensidad de las relaciones entre una orilla política (tolerante, inescrupulosa, copartícipe en injusticias y enriquecimientos ilícitos) y la privada (buscadora de prebendas y privilegios a toda costa) y me atrevo a decir que ese hacer nacional se encuentra profundamente modelado en la sociedad guatemalteca, proveedora de sujetos en ambas orillas generando una estructura político social, que da cabida, pero sobre todo cobijo, a privilegios ilegales e injustos a sus elementos criminogénicos y antisociales.
Realmente nuestro sistema político financiero se pudre dentro de una organización de clientelismo; de padrinos y clientes que intercambian favores, dinero, servicios y ventajas, en todos los niveles de la sociedad, creando cientos y diversidad de «family business» ilegales sustituyendo y debilitando a las legales.
En tal orden de cosas, no es el esfuerzo e inversión de cualquier tipo proveniente de fuera lo que soluciona tal estado de cosas, es el cambio en una forma de vida nacional que llevará tiempo y absorberá generaciones. La solución no está a la vuelta de la esquina, ni vendrá de tierras ajenas, pero sino empezamos hoy, no habrá un mañana.