No cabe la menor duda que la pieza clave para afianzar la Dictadura de la Corrupción es el Congreso de la República puesto que es allí donde se cocinan las maniobras más importantes para lograr el objetivo de facilitar los negocios y asegurar la impunidad. Todos sabemos y entendemos que nuestro sistema político es un asco, que de democracia no tiene nada porque se creó una cultura de compra de votos que permite ese pacto entre financistas, tanto de cuello blanco como los que operan descaradamente en el crimen organizado, y nuestros “políticos” para asegurar los votos suficientes para obtener el cargo público. Y en el caso de los diputados, una vez sentados en la curul, encuentran todo un mundo de oportunidades para hacer negocio al sumarse a lo que desde hace años se ha dado en llamar alianzas oficialistas.
En Guatemala hace mucho tiempo que el partido que gana las elecciones no tiene, con sus diputados, el control del Congreso, pero en todos los casos se hacen negociaciones y los diputados se vuelven tránsfugas por todo lo que corre bajo la mesa, hasta que se logra estructurar esa mayoría que en ocasiones llega a ser aplanadora, es decir que cuenta con más de los dos tercios del total de diputados. Los dos últimos períodos son ilustrativos porque ni Jimmy Morales ni Alejandro Giammattei lograron elegir bancadas mayoritarias. En realidad ambos apenas si metieron unos pocos diputados, pero la maquinaria funcionó eficientemente y la mayoría llegó de todos modos, no por voto popular, pero sí por negociaciones y componendas.
Y decimos que el Congreso es la Joya de la Corona porque por obvio y evidente que sea el asco de sistema que tenemos, cualquier reforma tendría que pasar por allí y en las condiciones actuales está demostrado que los únicos cambios que tienen viabilidad son aquellos que, como la reforma a la Ley de Contrataciones, tienen la finalidad de facilitar aún más los trinquetes.
El sistema político nacional necesita reformas profundas que deben contemplar seriamente el tema del financiamiento electoral pero es imposible pensar que ello se pueda lograr con este y futuros Congresos porque los mecanismos para agenciarse del control y la mayoría se imponen de entrada, dejando a los “opositores” con la única opción de vociferar pero sin incidencia real en la legislación.
Y eso crea un callejón sin salida porque si bien se entiende que debemos cambiar, también se debe entender que si todos esos cambios deben pasar por la aprobación del Congreso, no pasan de ser utopía.