Alfonso Mata
Solo Dios sabe la cantidad de pacientes que se han ido a la tumba prematuramente por mi culpa – escribió el Dr. Semmelweis. Dentro del ejercicio de la medicina hay un comportamiento que se denomina «Reflejo de Semmelweis». El reflejo de Semmelweis es el rechazo automático de los hechos sin consideración, investigación o experimentación. Una reacción humana peculiar, similar a un reflejo, que automáticamente rechaza nueva información debido a normas, creencias o paradigmas fijos. El término se extendió principalmente en el área de la lengua anglosajona y para entender el porqué del apellido de ese reflejo, es importante penetrar en la vida del personaje que lleva su nombre.
Eran aquellas tiempos, años en que aun se sabía muy poco, casi nada del maravilloso mundo de los microbios y su vida; nadie aún los había estudiado del todo; no habían laboratorios establecidos para ello y aunque algunos ya había observado bichitos que se movían de acá para allá en muestras tomadas de la boca, el agua y otras lugares, no se asociaban con enfermedades aún. Vaya zoológico que cargábamos; era la admiración, pero hasta ahí. Durante los siguientes siglos, la preocupación de los hombres de ciencia era de dónde venían esos diminutos seres, que hacían, para que servían, cómo morían. La ciencia médica no les encontraba importancia aún.
Al principio de la segunda década del siglo XIX, un primero de Julio de 1818, nació Ignác Fülöp Semmelweis; quinto de diez hijos de un comerciante y una ama de casa. Aquel muchacho húngaro, después de graduarse de la escuela secundaria en 1835, obedeciendo la voluntad de su padre, se postuló a la Facultad de Derecho de la Universidad de Viena en 1837, y luego de un par de días de asistir a clases, arrojó sus libros de derecho por la ventana y se trasladó a la Facultad de Medicina de la misma Universidad, donde obtuvo su doctorado en medicina en 1844 y su maestría en obstetricia, y un año después fue reconocido como doctor en cirugía.
Semmelweis se graduó en un momento en que la medicina todavía estaba rezagada con respecto a otras disciplinas científicas. El pensamiento del sistema médico todavía estaba atascado en una mentalidad medieval. Esa mentalidad significaba que los médicos creían, por ejemplo, que el miasma, o el mal aire, a menudo era responsable de la transmisión de enfermedades. Y dentro del pueblo, el castigo divino era un hecho irremediable ante el mal. Semmelweis tuvo la suerte de estudiar con los proponentes de la «nueva escuela» que defendían la metodología empírica. Su trabajo de investigación se inicia en el Hospital General de Viena, uno de los principales hospitales de Europa en ese momento y una codiciada institución para la formación.
A pesar de su fama, el hospital tenía una de las tasas más altas de infección y muerte por fiebre puerperal, también conocida como materna[1], que era una de las principales causas de muerte de mujeres en ese momento, superada solo por la tuberculosis; rara vez afectaba a las mujeres que daban a luz en casa.
Las mujeres que acudían a los hospitales en ese momento solían pertenecer a las clases más bajas. A menudo eran mujeres solteras, pobres y sin voz, que habían quedado embarazadas y solas para valerse por sí mismas, en una sociedad que no toleraba públicamente la maternidad soltera.
Con sus títulos bajo el brazo, Semmelweis solicitó el puesto de asistente de enseñanza en la Clínica de Obstetricia del Profesor Klein en el Allgemeines Krankenhaus, que ganó en 1846 y empezó a ayudar a las madres a dar a luz y pronto notó con mucha preocupación, que de 208 atendidas habían fallecido 36 y empezó a presionar al jefe a fin de estudiar y acabar con aquella calamidad. Unos meses más tarde, el profesor Klein decidió cambiarlo por el Dr. Breit, que anteriormente había sido reemplazado por Semmelweis, y pierde su trabajo. Ante ello, comenzó a tomar clases de inglés y estaba preocupado con la idea de irse a Dublín, Irlanda, pero finalmente fue reinstalado el 20 de marzo de 1847, cuando Breit se convirtió en jefe del Departamento de Obstetricia de la Universidad de Tübingen. Semmelweis para sus compañeros de trabajo, casi todos salidos de la aristocracia, su peculiaridd se debía a su testarudez por llegar a fondo de los casos y su sensibilidad y falta de costumbre ante la muerte femenina ya que mientras unos miraban a las muchachas, futuras madres, como pobres, ignorantes, lastre, nuestro doctor veía en ellas seres humanos.
En aquel afamado hospital, la cantidad de muertes no era igual en ambas salas de obsetricia. En la primera -en la que trabajaba Semmelweis- la muerte siempre era más alta que en la segunda, el doble o triple y en ambas más alta que en Dublin. Para nuestro personaje, resultaba inaudito que se les acompañara a las madres a parir y luego que la felicidad que iluminaba su tierno rostro, a los días, poco a poco la fiebre enrollara cual mortaja esa felicidad, dando paso a las angustias y sufrimientos que terminaban en muerte, sin que las mentiras de aliento tuvieran éxito. Al final lo que le quedaba era frustración. Pero su carácter no se reblandecía, siempre tenía palabras de aliento y en el cuarto de autopsias devanaba pensamientos y reflexión para dar con el origen del mal. Y así estuvo durante dos años; años en que sus impertinencias cada vez impacientaban mas a Klein que no veía como resolver algo que las enseñanzas y observaciones de generaciones no habían logrado cambiar y le repetía al cansancio a su joven colaborador «son influencia epidémicas desconocidas las que las toman y matan«. Típica respuesta basada en una tradición que no tiene por qué incomodar sino que evadía respomsabilidades a criterio del joven que continuaba en su lucha por esclarecer el doble misterio de porqué una sala tenía más mortalidad que la otra y porqué morían las mujeres de la fiebre de sala o puerperal como se le llamaba. Diariamente invadían esos pensamientos la mente del joven en las primeras horas de la mañana, cuando escalpelo en manos estudiaba los cadáveres de las infelices sin obtener respuesta alguna, mientras en aquellos pabellones morían centenares de madres a donde se dirigía luego de su trabajo en la morgue él y sus compañeros y compañeras.
DR Ignác Fülöp Semmelweis
Morgue del hospital de Viena 1848
Fiebre materna (fiebre puerperal): Algunas bacterias y patógenos encuentran un ambiente cálido y rico en nutrientes cuando ingresan a un útero que se ha manipulado mal y mucho desde el parto, y los patógenos también ingresan al torrente sanguíneo a través de una gran herida causada por el desprendimiento de la placenta. Las consecuencias son la inflamación del peritoneo o endometrio u otros órganos, acompañada de ataques febriles intensos y densos. Sin un tratamiento eficaz, en la mayoría de los casos, la sepsis («sepsis») ocurre en unos pocos días y eventualmente conduce a la muerte.