Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

La mafia está acostumbrada a recibir privilegios por doquier.  La Iglesia no podía ser la excepción.  Lo sabe bien el Papa Francisco que públicamente ha decidido poner fin al acceso de los capos en las tripas del Vaticano.  No es fácil porque por mucho tiempo las transacciones sospechosas, la compra de curas y los favores a las iglesias particulares han estado a la orden del día, pero su Santidad parece no querer transigir más.

Para ello, ayer se anunció la conformación de una comisión “ad hoc” para excomulgarlos.  Dejó la patata caliente al Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral del Vaticano y estará conformada por juristas y expertos laicos y religiosos para estudiar la manera de despojarlos de cualquier viso de comunión eclesial.

Cualquiera diría que a las mafias les viene del norte la decisión de Francisco, pero, por paradójico que sea, no es así.  Las organizaciones criminales son también piadosas, practican la liturgia y tienen sus ritos populares.  Se dice, por ejemplo, que la ‘‘Ndrangheta venera a San Miguel Arcángel y celebra su gran reunión anual en el santuario de la Virgen de Polsi.  El diario El País dice que “la Camorra controló durante mucho tiempo parroquias y diócesis que permitieron bodas, bautizos y todo tipo de ceremonias con una elevada porosidad entre la estética religiosa y la criminal.  No es extraño tampoco que muchas procesiones en el sur se detengan en la puerta del capo de turno para mostrar su respeto”.

De esa cuenta, la excomunión apunta al corazón de los mafiosos cuya conciencia es tan oscura como los negocios que hicieron con el banco Ambrosiano.  Porque, según se sabe, el vínculo entre religión y grupúsculos al margen de la ley está más que demostrado.  Hay tanta afinidad entre las organizaciones: liturgias, disciplina, ritos, conductas, estructuras y jerarquías, entre tantos otros elementos compartidos, que su diferenciación puede ser en extremo complicado.

Al Papa argentino, sin embargo, parece no temblarle el pulso para firmar la expulsión de la mafia italiana de la Iglesia: los de las regiones de Sicilia (la Cosa Nostra), Nápoles (la Camorra) o Puglia (la Sacra Corona Unita).  Desde el 2014 los tiene en la mira, cuando declaró en Calabria que “La ‘Ndrangheta es la adoración del mal, el desprecio del bien común.  Tiene que ser combatida, alejada. Nos lo piden nuestros hijos, nuestros jóvenes. Y la Iglesia tiene que ayudar. Los mafiosos no están en comunión con Dios. Están excomulgados”.

Bien hace el Papa separándose de los mafiosos, impidiéndoles la comunión con la Iglesia.  Pero su tarea debe continuar con la purga en su interior.  Y ya lo hace, recordemos el caso de la condena y dimisión del Cardenal Theodore McCarrick, arzobispo de Washington y una de las figuras más importantes de la iglesia en los Estados Unidos.  El prelado estaba al nivel de los capos, como se recordará, pesaba sobre él la acusación de depredador sexual, abusador del poder y una inteligencia superior para la compra de voluntades que le permitió la impunidad por casi toda su vida.

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