Adolfo Mazariegos
Para nadie es un secreto que la educación en Guatemala (y en otros países también, justo es decirlo, por supuesto), entendida como ese proceso de instrucción escolar o de enseñanza-aprendizaje mediante el cual nos preparamos los seres humanos (quienes tenemos o hemos tenido ese privilegio) para enfrentar quizá de mejor manera los retos, demandas y desafíos que suponen la vida en sociedad, se ha visto seriamente afectada durante lo que va de pandemia de COVID-19 en el mundo. De hecho, durante mucho tiempo en Guatemala los índices de escolaridad han dejado mucho que desear, no digamos el nivel de la instrucción que se imparte (con pocas excepciones) más allá de la pandemia o de factores externos que podrían de alguna manera tener algún efecto en los mismos. En esa línea de ideas, resulta inaceptable que, sabiendo las consecuencias nefastas de una mala formación escolar en las generaciones que mañana dirigirán el destino de un país, el asunto se tome tan a la ligera, con tanta improvisación y poca seriedad de cara al futuro. Se pueden esgrimir una y mil excusas al respecto, algunas de las cuales probablemente sean fundadas y sea menester analizarlas de distinta manera, sin embargo, no se puede vivir pensando en que deben ser los demás, aquellos que vendrán mañana, quienes solucionen un asunto que en menos de lo que imaginamos puede llegar a ser de consecuencias desastrosas y quizá irreversibles durante mucho tiempo si no se hace algo. “Luego lo arreglamos”; “que vean los demás cómo lo arreglan después”; “mientras no me afecte a mí directamente”…, sentencias lamentables que… En fin. Las bolas de nieve tarde o temprano se vuelven más grandes y arrasadoras, a veces tan gigantescas que ya es imposible detenerlas por no haberlo hecho a tiempo. La pandemia no debe usarse de ninguna manera como excusa ante la ineptitud y ante la falta de voluntad. La brecha digital existente en el país, además, en tanto que mecanismo o herramienta para facilitar el acceso a tal instrucción, sobre todo en las actuales circunstancias globales, es más que evidente, y, lejos de ir disminuyendo pareciera que probablemente ha ido en aumento. Adicionalmente, la pandemia está causando en la niñez (particularmente, aunque no con exclusividad) efectos serios de todo tipo cuyos alcances aún no somos capaces de comprender, pero que sin duda pasarán una factura en los próximos meses, si no es que ya está ocurriendo. La educación y la salud mental de las nuevas generaciones son un asunto serio que no se debe tomar a la ligera. Nos afecta a todos a largo plazo aunque no lo percibamos así actualmente. Quizá debamos preguntarnos, como probablemente ocurra en otras cuestiones de nuestra vida cotidiana: la educación de la niñez y adolescencia, ¿después la arreglamos?