Agencia AP
Hace 40 años, un presidente estadounidense recién electo declaró que el gobierno era la fuente de muchos de los males que padecía el país, con lo cual reformuló los parámetros de la política interior para las décadas siguientes. Este miércoles por la noche, el presidente Joe Biden sostuvo sin rodeos lo contrario: que el gobierno es la solución.
En un discurso a las cámaras del Congreso y a la nación, Biden presentó al gobierno como un principio organizador de la democracia y a la vez un motor del crecimiento económico y el bienestar social. En una réplica mordaz a la filosofía fiscal de Ronald Reagan en la década de 1980, dijo que “la economía del goteo nunca ha funcionado”. En cambio, propuso que el gobierno gaste 4 billones de dólares para reforzar la infraestructura y reconstruir una red de seguridad social de la que carecieron tantos estadounidenses durante la pandemia de COVID-19.
“Debemos demostrar que la democracia todavía funciona, que nuestro gobierno todavía funciona y que puede cumplirle a nuestro pueblo”, declaró el presidente.
Después de 100 días de su juramentación, Biden se ha montado sobre la ola generada por la aprobación del fondo de 1,9 billones de dólares para aliviar los desastres de la pandemia y la ola creciente de vacunaciones en todo el país, pero su capacidad para hacer aprobar las próximas etapas de su política interior es profundamente dudosa, dada la estrechez de sus mayorías en ambas cámaras, la oposición en bloque de los republicanos hasta ahora y la cautela de algunos demócratas moderados.
Sin embargo, Biden ha sorprendido a muchos legisladores de ambos partidos al no responder a esas realidades políticas, ya sea limitando o moderando sus pedidos al Congreso. Aunque apeló a los republicanos en su discurso, sobre todo en materia de infraestructura, también dejó en claro que está dispuesto a avanzar sin ellos, confiado en que un influjo sin precedentes de dinero del gobierno dará resultados que le ganarán los favores de los votantes en las elecciones legislativas de 2022 y quizá en las presidenciales de 2024 si es que busca un segundo mandato.
Las posiciones de Biden son bienvenidas por muchos demócratas, ansiosos por dejar atrás los conceptos de la era de Reagan, que los dejaron atrapados entre pedir mayores inversiones para las clases baja y media y el miedo a que los calificaran de izquierdistas ávidos de cobrar impuestos y gastarlos.
Durante la campaña de 1996 en la que buscó la reelección, el presidente Bill Clinton dijo en su discurso al Congreso que “la era del gobierno gastador ha terminado”, pero añadió que no se debía “abandonar a la gente a sus propios medios”. El presidente demócrata siguiente, Barack Obama, hizo aprobar su histórica ley de medicina social y un plan de estímulo para sacar a la economía de la recesión, pero enfrentó una feroz reacción política que le quitó la mayoría legislativa y le obligó a limitar sus ambiciones en política interior.
Pero últimamente el Partido Demócrata en su totalidad ha estado más dispuesto que antes a aceptar políticas de centroizquierda, llevado en parte por un conjunto más joven y diverso de políticos que sostienen que la desigualdad persistente, sobre todo hacia las minorías, requiere una reforma exhaustiva de la política interior. Las desigualdades puestas al desnudo por la pandemia, que ha impactado de manera desproporcionada a los estadounidenses negros e hispanos, tanto en la salud como en lo económico, han respaldado esos argumentos.
Y si bien Biden —un político de carrera blanco de 78 años con una trayectoria moderada— quizá no fue el favorito del ala izquierda del partido, sus alegatos finales en la campaña de 2020 evocaron los ideales de la agenda progresista del presidente Franklin D. Roosevelt y la idea de lo que puede lograr un gobierno fuerte en una crisis.
Biden volvió a Roosevelt el miércoles por la noche. Recordó que en otra era en la que la democracia fue puesta a prueba, “Roosevelt nos recordó que en Estados Unidos, cada uno hace lo que le corresponde”.