Juan Jacobo Muñoz Lemus
Tengo un nieto. Es pequeño todavía, apenas alcanza los diez meses. No tiene ninguna idea de quién soy, pero en su inocencia me sonríe de manera festiva y responde a mis provocaciones de payaso. De más está decir que como muchos; estoy enamorado de ese bebé.
Quisiera decirle cosas que ahora sé, gracias a tantas equivocaciones. Y desearía que mis errores le evitaran males mayores. Quiero contarle que como humanidad sabemos y hacemos cosas espectaculares, pero que aún nos cuesta mucho vivir.
No podré evitar que como niño le diga que sí a todo y cumpla como decía mi abuela, con aquello de -caca miro, caca quiero-. Sé que se irá de boca y tardará en apreciar la madurez. Me dirá que es aburrida porque obliga a decir que no a casi todo. Aun así, sé que aprenderá con el tiempo a decir que no cuando sea lo correcto, sin menospreciar el sí, que también tiene su momento. El sí que enaltece lo que se elige cuando es lo que corresponde, no el que lo frivoliza todo. Pero sé que un tiempo se sentirá débil al decir que no, porque no sabrá todavía la fuerza que aporta la debilidad que nos ayuda a descubrirnos.
Ojalá aspire a la belleza más que a las posesiones, y entienda que querer y poder pueden ser equidistantes; y que tener y ser a veces son irreconciliables. Y al mismo tiempo descubra que los extremos no existen, que son solo referentes; y que deberá atreverse a los puntos medios, pues solo la gente asustada se aferra a las orillas por temor a las aguas profundas.
Algún día entenderá que la independencia, la individuación y la individualidad son algo genial, de manera literal creo, gracias a un talento que no todos advierten. Ojalá lo logre, y en esa ruta, que no quiera tener talentos que no le pertenezcan y sepa aprovechar los suyos.
Me gustaría ayudarle a no insistir en ser el centro de su atención y que se encuentre a sí mismo olvidándose de él como lo más importante, alejado de protagonismos malsanos. Le deseo que no juzgue a la ligera y no diga que conoce a alguien si no le ha visto enfrentar crisis, resolver conflictos, manejar tensiones, tratar con meseros o llevarse con su cercanos.
Espero que cuando se relacione con otros no pida lo que no se puede, ni exija cosas que provoquen sufrimiento. Estar en posesión de sí mismo le dará la capacidad de amar sin ser absurdamente demandante.
Tendrá que aprender a golpes que el enamoramiento, aunque inmediato, es generalmente insuficiente; y que para amar hay que conocer, y luego admirar y respetar; y que eso toma tiempo de atención sostenida. Que su mejor argumento para amar y ser amado sea no necesitar al otro.
Sé que no lo logrará totalmente, pero en la medida de lo posible que no se meta en líos, que generalmente son cosas del orgullo. Que conozca el efecto del bumerán kármico que todos llevamos y que enseña algo que todavía no se aprende. Con el tiempo deberá conocer el valor de la prudencia, o mejor, que tenga a la prudencia como un valor; y sepa también de la prudencia del silencio.
Tendré que vigilar que no caiga en la necedad de argumentos pretendidamente lógicos que falsa o capciosamente le sirvan para justificar su forma de hacer las cosas. Quiero que se atreva a la verdad, y que ninguna dependencia extrema le haga temer a la libertad.
Me voy a empeñar en que recuerde el futuro, para que tenga conciencia de su propia finitud, y no pierda de vista que lo más cerca que podrá estar de la inmortalidad es que lo recuerden con cariño. Que se libre de ataduras no lastimando el presente con un pasado sin futuro. Pero que al mismo tiempo no olvide que quien mejor advierte el futuro y lo anticipa, es el pasado.
Lo más importante para su felicidad, que no tema a sus inseguridades. Que confíe en que el espacio vacío un día se llena y uno se calma. Que se estremezca conmovido y sienta la conversión con sensación de alivio y plenitud. Sabrá entonces que, a partir de ahí, solo le quedará pasar inadvertido, y que eso es paz.
Algo así es el amor que siento por mi nieto.