Raul Molina Mejia
Mi crítica al sistema político de Guatemala data de décadas atrás; pero ahora, frente al parteaguas histórico de la pandemia del COVID-19, sostengo que no hay que volver a la “normalidad” del mundo pre-pandemia. Es tiempo de romper con el sistema político, lo cual obligaría a modificar a fondo la Ley Electoral y de Partidos Políticos y, con mayor razón, la Constitución. Contrario a precepto de “La Ilustración”, no hay separación de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial; los tres son enredados por el capital y la corrupción. Giammattei parecería manejar los hilos de esta telaraña; pero, esencialmente, al igual que los demás, es un sirviente del CACIF y de los intereses estadounidenses. La llamada democracia ha sido prostituida y no se avizora que, sin una revolución, sea el camino que funcione. Ante un gabinete y binomio presidencial que se asemejan a Ali Babá y los cuarenta ladrones, es evidente que un grupo de personas capaces y probas haría mucho mejor gobierno. Al ver las constantes maniobras del prostituido Congreso, una Asamblea de la Sociedad Civil, como la que funcionó durante el proceso de búsqueda de la paz, superaría con creces y a un costo sustancialmente menor las tareas parlamentarias, produciendo eficaces leyes. El podrido sistema judicial ya no se puede rescatar y hay que reemplazarlo con mecanismos de hacer justicia que la impartan y no que la retuerzan. Como rompe-ídolos me identifico como “persona que reacciona críticamente a su realidad, de actitud controversial y revolucionaria”.
Considero indispensable proceder a elaborar una nueva Constitución que, partiendo de la condición de Estado multinacional, multicultural y plurilingüe genere un sistema político de democracia representativa y participativa, basado en la eliminación de todo tipo de discriminación, la vigencia plena de los derechos humanos y que conforme un país soberano e independiente, para garantizar el desarrollo humano. Así, el primer ídolo que debemos hacer añicos es la Constitución vigente, formulada bajo dominio militar para la contrainsurgencia y la explotación de los pobres por los ricos. Aspectos serían rescatables, particularmente los que subsisten de la Constitución de 1945; pero la entrega del país a Estados Unidos y a los grandes ricos debe terminar, al igual que la Corte de Constitucionalidad, en su condición de candado opresor.
Soy iconoclasta en lo internacional. Rompamos el ídolo del PARLACEN, por no cumplir en absoluto los objetivos que se buscaron con su creación. Centroamérica está peor hoy que cuando se estableció esa entidad, que durante su existencia no ha significado nada para nuestros pueblos. Hoy es un elefante blanco, desperdicio de dinero y refugio de delincuentes y déspotas. Cuestiono también a la OEA, como falso ídolo que suplantó al sueño de Bolívar de unir a Latinoamérica, porque desde su creación hasta la fecha, hoy más con la sumisión de Luis Almagro al imperio, ha sido instrumento de dominación imperial. Puede tener aspectos rescatables; pero esencialmente sirve a Washington y no a nuestros Pueblos. Procuremos que los Estados dignos de la región vayan deslegitimándola, con miras a su desaparición.