Por Ana Lucía González
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En Guatemala hay infinidad de personas dedicadas a la protección del ambiente en cuerpo y alma. Lo hacen en forma anónima y algunas veces los conocemos hasta que sucede una tragedia donde sale a luz su heroísmo. Otras veces, su labor es desconocida, e incluso vilipendiada.
Les toca enfrentarse a situaciones en donde la audacia y el coraje son el escudo para proteger su vida del peligro. Otros, en cambio, han encontrado la muerte. Sea desde la amenaza de un arma de fuego en medio del bosque, bajo las llamas de un incendio voraz, por la picadura de un animal peligroso, inundaciones o un terreno inestable que los puede dejar con lesiones o discapacidades.
Ellos se caracterizan por una trayectoria de trabajo honrado que muestra una vida al cuidado de la tierra.
En esta oportunidad damos a conocer el trabajo de dos de ellos. Juan Orellana Zum, guardarrecursos por más de 20 años en la selva petenera; y Jorge Solís Xingo, bombero forestal por más de 17 años en Sololá y ahora también guardarrecursos. Ambos pertenecen al Consejo Nacional de Áreas Protegidas (CONAP) y en el Día Mundial de la Tierra, comparten sus historias.
“En lugar de destruir, sembremos, reforestemos para un futuro y poder dejar algo a las nuevas generaciones. Tenemos que estar orgullosos y recuperar ese país megadiverso”, afirma Solís Xingo.
PELIGRO EN LA SELVA
A lo largo de 22 días, Juan Orellana Zum se interna en la selva petenera junto a las cuadrillas asignadas del Centro de Operaciones Interinstitucionales (COI) que prestan vigilancia en la Reserva de la Biósfera Maya (RBM), junto a brigadas del Ejército y de la Policía Nacional Civil, que en promedio la conforman unas siete personas.
Su área de trabajo comprende la vigilancia de unas 64 mil hectáreas en la zona de usos múltiples de la RBM donde debe vigilar y proteger los recursos naturales, entre estos: tala ilegal, invasiones, cazadores. Según la ocasión, los recorridos se hacen a pie o en vehículo.
Los instrumentos de trabajo consisten en un machete, el GPS del celular, libreta y lapicero. La instalación de esta tecnología en su celular les permite monitorear desde un centro de operaciones cada paso de los guardianes del bosque. “Con este aparato no podemos mentir”, afirma. Pero tampoco pueden perderse.
A sus 47 años, Juan conoce el territorio. Desde hace 20, trabaja como guardarrecursos, así como es oriundo de Santa Ana, Petén. Sin embargo, que cada vez que se interna en la selva, sabe que los peligros pueden surgir por todos lados. Cazadores armados, serpientes venenosas, pobladores que usurpan las áreas protegidas o el corte ilegal de árboles de maderas preciosas. “Mientras uno camina, no se sabe que se va a encontrar”, afirma, incluso le toca enfrentarse a pobladores donde lo toman como si fuera el malo de la película.
Otras veces el trabajo también le ofrece experiencias únicas, como toparse con jaguares, dantas y otras especies en peligro de extinción. Cuando se le pregunta por qué se dedica a esto dice: “uno le toma amor a la conservación. Afuera de la RBM ya no hay bosques. Tengo la satisfacción de poder llevar el sustento a mi familia, a través de esta labor”, comenta.
EL FUEGO QUE PERSIGUE
A sus 48 años, Jorge Solís Xinco tiene claro el peligro que implica un incendio forestal y que a veces los años de experiencia no valen. Un cambio de viento, una topografía abrupta, altas temperaturas, deshidratación, o el desprendimiento de rocas, son elementos que pueden jugar una mala pasada en medio del combate de las llamas.
Solís Xinco es oriundo de Panajachel, Sololá y trabajó como bombero forestal durante 17 años en CONAP. Ahora trabaja como guardarrecursos de CONAP en este municipio, dedica parte de su tiempo a la educación ambiental, así como a un proyecto de siembra de tul en la cuenca del lago Atitlán.
Los años dedicados al combate de incendios forestales le recuerdan a este apagafuegos una serie de eventos dramáticos donde se quedó atrapado en lo que llama “bolsas de fuego” y compañeros que ya no tuvieron escapatoria. Una de las anécdotas sucedió en el volcán Santo Tomás Pecul, en 2007. Recuerda que controlar las llamas tomó más de un mes de trabajo.
“Además del fuego mismo, está el peligro de los árboles que se derriban por el fuego, animales que pueden atacar, el riesgo de caer a un barranco. Cualquier accidente puede pasar”, relata.
Identifica tres tipos de incendios, los de copa, que son los de mayor dificultad, los rastreros y los subterráneos. Las formas de combatirlos no son con agua, sino abriendo brechas cortafuegos o líneas de protección.
La destrucción que deja un incendio forestal es enorme. Explica que se pierde la fertilidad de los suelos, de los mantos acuíferos, hay pérdida de oxígeno, microorganismos e incluso los terrenos quedan vulnerables a cualquier plaga.
Por eso, resalta la importancia de concientizar a las personas de su comunidad para que protejan los recursos naturales, evitar las quemas y lejos de destruir, reforestar y agradecer la diversidad de vida que ofrece este recurso verde.
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