Jorge Beteta
La interconexión que existe entre los derechos humanos es innegable. Al fin y al cabo, si se analiza fríamente, la corrupción termina siendo la mano invisible, en muchas ocasiones, que asfixia al pueblo, a los ciudadanos, a cada uno de nosotros. Esta innegable relación opera un aspecto eminentemente negativo. Este aspecto podemos determinarlo al analizar cómo el actuar de un corrupto repercute directamente en la vida de la ciudadanía, cuando específicamente se corrompe a algún funcionario con el objetivo de perjudicar a alguien más o con el fin de dejar a un sindicado de algún delito o sanción impune. Indiscutiblemente la no aplicación, como la aplicación dirigida y parcializada, como la más pura cacería de brujas, no solo afecta a los involucrados en la Litis, sino también a cada ciudadano. ¿Dónde queda la certeza jurídica en un país, donde la justicia baila al son del dinero?
Pero el corrupto no es solo corrupto. Muchas veces, estos pecadores también se vuelven asesinos, traidores no solo a su misma sangre, sino también a su bandera. Cada centavo que se redirige de un centro de salud al bolsillo de cada funcionario corrupto representa un centavo menos a la hora de tratar a un enfermo. Cada quetzal menos, es un milígramo menos de medicina que recibe el enfermo de diálisis. Es una gota menos en la quimioterapia del niño con cáncer.
Sin embargo, la corrupción no solo es por parte del funcionario. No es solo el diputado, ajeno y distante en su curul. Es también el joven que manejó con un par de copas encima y le dio una “mordida” al policía para evitar la multa. Es también el padre que deja que su hijo se aproveche del sistema, porque eso lo hace “macho”. ¿Con qué cara podemos señalar al corrupto, si muchas veces nosotros mismos pertenecemos al mismo ganado? ¿Cómo podemos exigirle a alguien que siga las reglas, si nosotros mismos las rompemos? En lo personal, no me gusta saber que estoy fichado no solo como corrupto, sino también como hipócrita. Al final, aquel que señala públicamente, pero en lo privado comete el mismo pecado, no es más que un mentiroso, un hipócrita.
La realidad en nuestro bello país es dura. La realidad muchas veces parece imposible de cambiar. Sin embargo, alguna vez escuché una frase, que debería ser la motivación para que cambiemos: “Los obstáculos en el camino están ahí para ver qué tanto queremos lo que está del otro lado”. No desfallezcamos. Empecemos con nosotros mismos, jóvenes. ¡Alcémonos! Somos nosotros el cambio que viene. Tenemos que despertar de nuestra pasividad. Así como se han levantado otros grupos, nosotros podemos cambiar a nuestra Guatemala. Recordemos, la acción personal, puede parecer poco. 1 entre 18 millones…pero ¿y si lográramos que fueran 18 millones?