Víctor Ferrigno F.
Al general Emiliano Zapata, asesinado a traición hace 102 años, en Chinameca.
En Guatemala estamos entrando a la tercera ola del Covid-19, en el marco de una crisis sanitaria, mientras Japón y varios países de Europa enfrentan la cuarta ola, y han vuelto a restringir la movilidad y el funcionamiento del comercio, las escuelas y el turismo. Todo ello mientras aparecen nuevas cepas, los países ricos acaparan las vacunas, dejando desprotegido al Tercer Mundo, por lo que no se está pudiendo lograr la inmunidad de rebaño, y de oleada en oleada, hemos llegado a un tsunami global, de muy largo plazo, que arrasa la salud, la libertad y la economía mundial.
La humanidad está harta del miedo, las restricciones y la recesión, y solamente quiere ver los aspectos positivos de la realidad, sin aceptar que el Covid-19 llegó para quedarse, con sus devastadores efectos sanitarios, económicos, sociales y políticos.
Así, la población se ha aferrado a la esperanza de que las improvisadas vacunas, fabricadas en un año, serán la varita mágica que resuelvan la pandemia, y mañana retornemos a la vieja normalidad; craso error. La efectividad real de las vacunas no se conoce todavía, y sus efectos nocivos incluso han costado vidas. Otro asunto del que poco se habla son las secuelas del virus en las personas recuperadas, que sufren trastornos mentales, físicos y psicológicos serios, generando grandes costos familiares y estatales.
Al 8 de abril, la vacunación contra el coronavirus alcanzó a más de 448 millones de personas. En total, de acuerdo a los datos publicados por Our World in Data, se han administrado más de 805 millones de inyecciones en casi 180 territorios y países, aunque existe una gran diferencia entre continentes. Suena muy alentador, pero es apenas el 5% de la población mundial con al menos una dosis, cobertura ínfima para alcanzar la inmunidad de rebaño, sin la cual el coronavirus seguirá haciendo estragos.
La vacunación está especialmente extendida en la Unión Europea, donde el 15% de la población ya ha recibido al menos una dosis, triplicando la media mundial, por acaparamiento. Sin embargo, el avance no es tan rápido como se esperaba debido a retrasos y conflictos con las empresas farmacéuticas en la compra anticipada.
La industria farmacéutica, una de las menos éticas, está haciendo su agosto, subiendo los precios escandalosamente cuando un país está desesperado por falta del medicamento, como le sucedió a Argentina, que pagó 33.6 euros por cada dosis de vacunas chinas, mientras Senegal las compró por 15.62, menos de la mitad. Además, los fabricantes exigen la firma de convenios abusivos, en el que exigen confidencialidad sobre el precio y quedan eximidos por cualquier efecto negativo del fármaco.
Según datos disponibles, la Unión Europea paga entre 6 y 15 euros por cada inyección, dependiendo del fabricante y de la negociación. Calculando que cada dosis cueste, en promedio, 10.50 euros, la industria farmacéutica se ha embolsado unos 8 mil quinientos millones de euros en apenas 15 meses, por un fármaco del cual no se hacen responsables, y que ha contado con cientos de millones de fondos públicos para generarlo.
Para enfrentar al Coronavirus las farmacéuticas, los gobiernos y la élite económica que rige el mundo están decidiendo sobre nuestra salud, sobre nuestra economía y sobre nuestra libertad, sin que la humanidad reaccione con la suficiente energía para definir cuál es el futuro pos pandemia que queremos construir, con el menor costo social, económico y ambiental.
Escribía apesadumbrado por estas noticias, cuando una amiga me envió un alentador escrito de Mahatma Gandhi, quien nos dice: «Voy a seguir creyendo, aún cuando la gente pierda la esperanza/ Y seguiré gritando, aún cuando otros callen/ Invitaré a caminar al que decidió quedarse/ Y levantaré los brazos a los que se han rendido/ Porque en medio de la desolación, habrá un niño que nos mirará, esperanzado, esperando algo de nosotros.