David Martinez Amador

Politólogo. Becario Fulbright-Laspau del Departamento de Estado Norteamericano. Profesor Universitario,, Analista Político y Consultor en materia de seguridad democrática. Especialista en temas de gobernabilidad, particularmente el efecto del crimen organizado sobre las instituciones políticas. Liberal en lo ideológico, Institucionalista y Demócrata en lo político.

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David C. Martínez-Amador

Hace 150 años tomó lugar el fenómeno social conocido cómo la Comuna de París. Explicado de forma breve, ´La Comuna´ fue un ocupamiento obrero que logró gobernar por escaso tiempo buena parte de la ciudad de París. Ante el fracaso de Napoleón III y la instauración de la III República (que mantuvo aspectos de política claramente imperiales) los obreros franceses tomaron el poder de forma violenta, depusieron a la policía nacional y buena parte de las instancia estatales para desarrollar diríamos hoy un modelo de autogestión. La Comuna incluso intentó separar París del resto del país y esencialmente es una de esas extrañas experiencias donde el ideal comunitarista se operativiza. Es decir, la comunidad se autogobierna así misma sin la presencia de mecanismos formales estatales.

Eventualmente, ´el poder formal´ (materializado en la clase política tradicional) retomó violentamente el distrito parisino produciendo enormes bajas entre los comuneros.
El sentido de este artículo no pretende sobredimensionar las experiencias comunitarias (La Comuna, los kibutz en la Palestina del mandato británico o las ´colonias hippies´) pero si pretende llamar la atención a que cuando los mecanismos políticos formales (a decir, el gobierno) pierden credibilidad y legitimidad frente a la ciudadanía, los mecanismos comunitarios se empoderan. Ha sido así frente a las mayores crisis sean climáticas o productos de otros desastres naturales y las crisis políticas producto de la mala gestión. La reflexión funciona en el sentido inverso, si se busca darle legitimidad a los mecanismos formales -es decir al Estado- resulta fundamental resolver de manera eficiente y transparente las necesidades que aparecen.

Precisamente la crisis del Covid-19 ha puesto lo anterior sobre la mesa de debate. Qué sentido tiene la existencia de los Estados y la exigencia del pago de impuestos si no se atiende esta crisis de forma efectiva?

De nuevo ¿Qué Estados se plantean cual viables en el sentido que la ciudadanía ha podido ser atendida de forma efectiva por la política pública de salud (tanto preventiva cómo reactiva)? Israel se suma como el campeón de la vacunación, si bien su población ronda los 8 millones, el gobierno israelí hizo los esfuerzos necesarios. Estados Unidos bajo la administración Biden ha sacado el ´musculo del Estado Federal´ y parece alcanzar la meta de 100 millones de vacunas en 100 días (además de un apoyo financiero a la ciudadanía).

Así en escala, pasando por gestiones mixtas de países europeos hasta llegar a la América Latina donde, la demagogia, la ignorancia, la dejadez y la corrupción son cómplices junto a la pandemia en el número de muertes.

¿De qué sirven Estados que no pueden proveer a sus ciudadanos de asistencia monetaria y vacunas de forma eficaz durante una pandemia? Y así pongamos en la lista carreteras, salud preventiva, justicia eficaz, espacios públicos seguros. Comenzamos a comprender entonces que la reconstrucción del vínculo entre la sociedad y el Estado pasa más por tener cuadros técnicos, pasa más por el conocimiento de la gestión eficiente que, por debates ideológicos inútiles.

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