Emilio Matta Saravia
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En estas últimas semanas, ha quedado de manifiesto, una vez más, la podredumbre del sistema corrupto con el que nos toca lidiar todos los días, así como el descaro y el cinismo de quienes gobiernan el país y de sus cómplices, tanto en lo público como lo privado.
En los periódicos y noticieros nos enterarnos que hay empresas que han vendido pruebas falsificadas de COVID-19 o empresas que “donan” máquinas de hemodiálisis a las ONG utilizando cartas de entendimiento (que no son ni siquiera una figura válida en nuestra legislación, pregunte en la SAT si se las aceptan cuando usted justifica un gasto deducible, si no me cree) para ganarse contratos millonarios con el Estado.
También asistimos en primera fila a un show político para que el Presidente en su Consejo de Ministros, la Corte Suprema de Justicia y el Congreso de la República eligieran para magistrados de la Corte de Constitucionalidad a personas con quienes tienen obvios vínculos políticos, comprometiendo así su imparcialidad en las decisiones que tomen. Fue evidente el contubernio de los tres poderes del Estado para elegir o designar a quienes mejor les representarán a ellos (los políticos) y a sus intereses, y no a nosotros los guatemaltecos.
Prácticamente a diario vemos noticias de niñas, niños y mujeres que desaparecen o que han sido asesinados, sin que las autoridades hagan algo al respecto. Se sabe de patrullas de policía que se enseñorean por las calles durante las noches parando vehículos y exigiendo dinero a los ocupantes, empoderados, como no, por un ministro que debió haber sido destituido hace mucho tiempo, luego de haber ordenado reprimir violentamente a quienes manifestábamos pacíficamente frente al palacio, pero que ha sido protegido por el mandatario, por sus diputados y por su “amiga” del MP.
Como ciudadano me siento totalmente indignado y asqueado, no solo por la situación que atraviesa nuestro país, sino por la prepotencia con la que las autoridades actúan cotidianamente. Es tal la ablepsia que padecen, que son incapaces de ver que cada cuatro años se lanza una moneda al aire para elegir presidente. Y en cualquier momento la moneda puede caer en cruz.
Ante este estado de las cosas, los guatemaltecos no podemos darnos el lujo de apelar a la indefensión, ni tampoco a la indolencia. Debemos articularnos y movilizarnos para salir de la pasividad y pasar a la acción. Escribir un tuit o una publicación en una red social y desahogar nuestra frustración no es suficiente para lograr un cambio. Podemos comenzar desde los círculos en que nos movemos (en la casa, con la familia o en nuestros trabajos), empoderando con información a quienes, ya sea por desconocimiento o por simple desidia, prefieren estar al margen de las cosas. Con un cambio de actitud podemos generar interés en personas que normalmente no se interesarían por la política o por los temas de actualidad, pero que, si están conscientes de que nuestra misma indolencia ha sido el principal factor que ha permitido a los corruptos manejar este país a su sabor y antojo, en detrimento de nuestro futuro y el de nuestros hijos, podemos entonces articularnos y así generar espacios donde cualquiera pueda aportar soluciones a nuestros problemas. Si queremos, podemos.