Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera

La única lengua real, con existencia y vida propia, es la que habla y hace el pueblo. La que fabricamos todos los días en la conversación y que remozamos cada segundo casi con nuevas palabras, modos de hablar o modismos y hasta con acentos y gestos que hacen variar el sentido de una palabra vieja.

El español o en general las lenguas que aparecen en la Gramática y diccionarios son abstracciones normativas. No existen en la vida. Solamente en los libros. Tampoco la literatura es real-vital porque es la suma y síntesis de las gramáticas y los diccionarios unidos a las muchas hablas o lenguas particulares que maneja el literato en su mente, en su subjetividad, en su mundo imaginativo que las combina caprichosa y polisémicamente. Pero con todo, la literatura no forma parte del tuétano exultante del habla de la masa. De ahí también la gloria o el peligro de las hablas en las inmensas redes sociales que son un maremágnum inescrutable aún.

Tampoco lo que nosotros llamamos nuestra “lengua” o “idioma” nacional es uno solo. Ello sin entrar a hablar del oceánico espectro de las lenguas de los pueblos originarios. El español de uso en la capital no es el mismo que se “fabla” en la zona de Jutiapa o en la de Quetzaltenango. Y aun en la capital misma tiene sus variantes para dialectales. Puede ser que el español que usamos en la cabeza de la República no sea el mismo en las zonas 10 o 14 que en la 5 o 6, sin que en ello se deba decir cuál es el “mejor” porque en este caso no entran a participar los juicios de valor.

Lo que arriba indico se amplía exponencialmente en cada comunidad nacional o país (México, Argentina o España) y así tenemos que existen tantos “españoles” o “castellanos” (si estuviéramos dentro de la Península para expresar esta voz) ¡tantos!, como grupos que lo hacen variar y tambalear –en cada autonomía- en su unidad de comunicación. Pero quedémonos sólo con Guatemala para no complicar demasiado el panorama de la comunicación y retornemos a la idea de que sólo es genuinamente real y existe la lengua que está hablando y está haciendo el pueblo en un lugar y tiempo determinado porque aquí la diacronía se impone.

Quiero decir entonces con contundencia que en Guatemala se hablan varios españoles –varias y distintas y folklóricas variantes del español- según la zona del país. Y sin entrar a tocar, insisto, el fenómeno que matiza este tema comunicacional la presencia de lenguas y dialectos originarios. Pero añadiendo, aunque sólo sea tangencialmente, que la existencia de estas lenguas aborígenes en casi todas las zonas del país, convierten en variopinto arcoíris el español-guatemalteco, aun cuando solo sea asimismo en el campo de lo morfológico y la terminología o de los términos. Su sentido o su pronunciación.

¿Qué significa por ejemplo para usted querido lector: rugen las panteras (le)? Acaso usted, fina lectora, no lo sabe pero el enunciado significa, en algunas zonas del país, tal vez influenciadas por la jerga carcelaria: le hieden los pies. Y “tuanis”: excelente. “¡Y qué pinzas!”: buenas piernas. Y: “pichirilo”: carrito viejo o mal parado ya.

Estas son formas dialectales que se emplean en la capital en contextos juveniles o de barriada. Pero si usted llega a Jutiapa y le dicen: “el chelito se quedó bien cherche”, ¿qué debe entender?, pues que el rubito se quedó bien pálido. Por allá se habla más el español-salvadoreño que el español-guatemalteco.

Es muy difícil hablar de ¡un solo español! Y menos de ¡un español excelente! Hay muchos. No se cómo nos entendemos a lo largo, a lo ancho y ajeno de más de una veintena de países. Y por ello digo y dije que la literatura es doble o triplemente ficción. Una polisemia fantástica. Porque el español de las novelas solo existe en ellas.

Es el pueblo el que en el yunque cotidiano maja la lengua -con acero y platino- y la convierte en oro purísimo con olor a lumbre.

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