Por JILL COLVIN y JONATHAN LEMIRE
WASHINGTON
Agencia (AP)
Se han disecado sus arengas a sus seguidores. Se han reproducido sus videos y llamados al canal Fox. Su cuenta de Twitter vuelve a dominar las noticias, se lee en voz alta sus misivas en el recinto del Senado.
Tres semanas después de abandonar la Casa Blanca, la voz de Donald Trump vuelve a resonar en la capital, pero las condiciones no son las de su preferencia.
Despojado de su megáfono en redes sociales, el expresidente ha visto por televisión los días iniciales de su histórico segundo juicio político sin contar con sus herramientas habituales para responder. Debe apoyarse ahora en un equipo de abogados formado a las prisas —y cuyo alegato inicial le provocó un ataque de furia— para defenderse de las acusaciones de los demócratas.
«Francamente, la única situación que recuerdo en la que se encontró en una posición tan débil e incapaz de cambiar la historia fueron las bancarrotas de principios de la década de 1990», dijo Sam Nunberg, un exasesor.
Con todo, sostuvo, si Trump tuviera acceso a Twitter sólo lograría hundirse aún más en el pozo.
En los días previos al juicio, Trump estaba relativamente desconectado de los hechos en Washington, dedicaba su tiempo al golf y a planificar su futuro al adaptar su ritmo a una plácida vida postpresidencial, pero esa desconexión tuvo un brusco final el martes al ver los alegatos iniciales del juicio.
Frente a sus colaboradores Trump se enfureció por la defensa de pacotilla que montaron sus abogados: estaban mal preparados, dijo, y lucían mal en televisión. Acudió a los teléfonos para reclamar una defensa más enérgica, de acuerdo con personas conocedoras de su reacción.
Su equipo y sus aliados han asegurado a Trump que tiene votos republicanos de sobra para absolverlo del cargo de incitar la insurrección del 6 de enero. Le han convencido de que es más conveniente permanecer callado que correr el riesgo de decir algo explosivo que provoque la furia de los senadores, como repetir como argumento central de su defensa sus denuncias infundadas de fraude electoral. Eso significa: nada de declaraciones a la prensa, nada de réplicas punto por punto, nada de llamadas a Fox News.
El círculo íntimo de Trump reconoció que los dos días de videos impresionantes le han hecho daño, aunque cree que el alegato demócrata perdió fuerza el jueves. Es más, las cámaras de CNN lo sorprendieron en el campo de golf. Lo que no está claro es cuándo y cómo responderá al veredicto.
Aunque el círculo íntimo confía en la absolución, los aliados temen el daño que pudiera hacer el juicio a su magullada reputación, lo que disminuiría su futura posición e influencia sobre un partido que ha dominado con puño de hierro.
Los asesores saben que las poderosas imágenes mostradas en el juicio –algunas de las cuales fueron mostradas por la televisión en vivo– llegarán más allá de los aficionados a la política que miran los canales de cable hasta los votantes menos informados, lo que perjudicaría aún más la posición del expresidente. Su temor es que más republicanos estén dispuestos a apartarse de él y algunos de sus seguidores a abandonarlo.
«Si no hace una corrección en medio de la carrera va a perder este campeonato», dijo Peter Navarro, un exasesor económico que sigue allegado a Trump y le aconseja deshacerse de su equipo legal para concentrarse en las denuncias de fraude electoral, desestimadas por decenas de jueces, funcionarios estatales e incluso su propio secretario de Justicia.
No se prevén cambios en el equipo legal, en el cual David Schoen ocupará el centro de la escena. El asesor sénior Jason Miller dice que el equipo legal espera iniciar y concluir su alegato el viernes, en mucho menos de las 16 horas asignadas.
Los propios leales a Trump están sorprendidos por la fuerza que aún conserva en el partido desde que dejó la Casa Blanca y por la furia con que su base ha respondido a los que rechazaron sus intentos de anular la elección.
Pero la presentación del miércoles fue un alegato condenatorio, lleno de videos y audios inéditos de los seguidores de Trump atacando a la policía, irrumpiendo en el Capitolio, recorriendo los pasillos del Congreso a la caza de legisladores y obligando a detener temporalmente el recuento final de los votos electorales.
Entre las escenas estaban intercalados los tuits y pasajes de discursos de Trump con los que los fiscales demócratas detallaron minuciosamente sus esfuerzos para ahondar aún más la ya poca confianza de sus seguidores en los resultados electorales, convencerlos de que le habían robado el triunfo e impulsarlos a «luchar como demonios».
En medio de todo eso, Trump –que durante años se ha presentado como el gran contragolpeador y su mejor vocero– ha estado privado de sus plataformas. Está vedado de Twitter y Facebook. Ya no tiene una prensa acreditada pendiente de cada palabra suya.
Los esfuerzos de su equipo postpresidencial para comunicarse por medio de comunicados de prensa tradicionales han enfrentado dificultades técnicas que han demorado el arribo de los correos a los periodistas.