La pandemia ha obligado a la adopción de algunas disposiciones sanitarias que restringen actividades y en ese contexto se dispuso autorizar los juegos de fútbol con la condición de que se realicen a puerta cerrada para evitar aglomeraciones que se traduzcan en contagios. Ayer, sin embargo, en el Estadio David Cordón Hichos, de Guastatoya, el equipo local recibió a Municipal en el partido de ida de la final del torneo pero fue evidente la masiva concurrencia de aficionados, muchos de ellos sin mascarilla o con la mascarilla debajo de la barbilla, lo que constituye un serio riesgo para la salud pública.
Al margen de que hoy ya el Ministerio relajó las medidas de precaución gracias a la “milagrosa reducción” de los casos, es necesario aprender a vivir respetando las reglas pero evidentemente hay un serio problema cultural para lograr ese objetivo y, además, el clima de impunidad alienta a esa violación de todas las normas. Las autoridades de Salud no pueden sentar precedentes que eviten la repetición de esos hechos ni la Federación de Fútbol aplicará una severa multa.
No entendemos que son esos abusos y excesos lo que obliga al Estado a decretar e imponer regulaciones que luego son criticadas como contrarias a la libertad individual. Si todos actuáramos con responsabilidad y respeto a las normas de convivencia elementales no habría necesidad de regulaciones.
Cuando se dispuso hace poco el cierre más temprano de algunos restaurantes fue como consecuencia de informaciones sobre cómo en muchos lugares pasada la hora de la Ley Seca empezaron a vender “tés fuertecitos” que eran cualquier tipo de bebida alcohólica servida en taza en vez de vaso. La presión gremial hizo que se reculara y hoy la práctica se sigue dando en algunos lugares donde saben que la capacidad de control y regulación es prácticamente nula, por lo que “no hay de qué preocuparse”.
Pues lo mismo pasa con esos eventos que se vuelven multitudinarios, como la final del torneo de fútbol, alentados por dirigentes a los que no les importa un pepino la salud de la población y por ello, descaradamente, abren las puertas al público aún a sabiendas de que la cobertura periodística del evento va a evidenciar lo que va mucho más allá de un descuido.
En Guatemala la gente empezó a usar cinturón de seguridad en los vehículos y dejó de hablar por teléfono al conducir cuando hubo fuertes multas. Una vez relajada la autoridad es corriente ver más incumplimiento porque así es el comportamiento en nuestra sociedad.