David C. Martínez Amador
Posiblemente esta es una de las preguntas más repetidas y que más interés generan por parte no sólo de la ciudadanía sino de los actores políticos así cómo colectivos políticos. Y, cómo normalmente sucede en Guatemala las explicaciones se realizan con base a las comprensiones coloquiales sobre lo que significa ser demócrata en el contexto de la política de Estados Unidos. Creo que muy útil, decir de una vez por todas que la administración del presidente Biden va a decepcionar tanto a ´los chairos´ que esperan una relajación completa de la política migratoria o que se oponga a proyectos extractivos así como a los ´liber-chairos´ que suponen el inicio de una ola de socialismo desde el norte.
El presidente Biden es la representación de los sectores más conservadores del partido demócrata, y cómo hechos dicho en aportaciones anteriores, ser demócrata no quiere decir inicialmente ser de izquierdas sino considerar un rol más profundo y complejo de la política federal, dando prioridad a las libertades civiles y ciudadanas (precisamente lo que hace que buena parte de los demócratas estadounidenses puedan sancionar a gobiernos de izquierdas latinoamericanos). Ese conservadurismo del partido demócrata al que aludo se va a reflejar con mayor fuerza en la reconstrucción de la política exterior estadounidense, haciéndola de vuelta una política exterior clara, formal, seria, predecible y en uso del clásico valor de la tecnocracia. En pocas palabras, el Departamento de Estado se vuelve a nutrir de perfiles técnicos que conocen con claridad la realidad de cada contexto regional donde los Estados Unidos pueden tener un nivel de influencia. En pocas palabras entonces, para lo que respecta a la región del Triángulo Norte, donde se producen buena parte de las patologías que más preocupan a Estados Unidos (migración y narcotráfico) es muy posible que la política exterior estadounidense sea bastante más incisiva. La gestión del embajador Arreaga se caracterizó prácticamente por el silencio frente a los hechos locales, pero esto no nunca ha sido una tradición de la diplomacia estadounidense. Lo que si había era un Departamento de Estado que aflojó el control sobre determinados contextos. Basta notar ahora la cantidad de pronunciamientos que provienen no solamente de la Dirección de la Embajada de Estados Unidos de Norteamérica sino del mismo Senado y Departamento de Estado.
El reto de la política exterior estadounidense en este momento es lograr incidir dentro de los engranajes de la política guatemalteca. El reto que buena parte de los actores políticos en Guatemala es reconocer que las presiones diplomáticas estadounidenses tienen un límite, y estar dispuestos a soportar estas presiones. Sin embargo, eventualmente las presiones diplomáticas van a transformarse en sanciones, sanciones personales y gremiales que trascienden la cancelación de visas. La pregunta es, ¿Vale la pena quemar el barco completo? El liderazgo político y económico de un país cómo Guatemala no puede arriesgar a convertirse en una piedra en el zapato para la estabilidad y gobernabilidad que los estadounidenses buscan dentro de la zona Triángulo Norte. No es lógico ni racional provocar al Leviatán.