Hay gente que sostiene que las autoridades no pueden, bajo ningún punto de vista, limitar sus libertades y obligarles, por ejemplo, a usar mascarilla y respetar una distancia social que consideran arbitraria, argumentando que si ellos se quieren arriesgar y llegan a morir es su problema y que es un abuso autoritario del Estado el imponer restricciones que les afecten en el pleno goce de sus derechos y libertades. Lamentablemente la pandemia también se ha politizado y de allí esta corriente de “libertarios” entre los que hay algunos que están convencidos de que todo esto es una patraña inventada para ejercer controles sobre la población y hasta llegan a decir que la vacunación es un plan secreto para inocular algún chip en el cuerpo para espiarnos totalmente.
Es un principio fundamental que no existen libertades absolutas y que los individuos no podemos hacer lo que nos da la gana, sobre todo si en el ejercicio de esa “libertad” hacemos daño a nuestros semejantes. Y en el tema concreto de la mascarilla, cuyo uso genera resistencias porque andar con el rostro descubierto se toma como una muestra de esa rebeldía ante la autoridad, hay que insistir en que su uso preventivo es básicamente para que quien esté contagiado (aún sin saberlo en algunos casos) no contagie a los demás. No es que si yo no le tengo miedo al virus ni a la muerte puedo andar por todos lados sin usar mascarilla porque ese comportamiento significa un riesgo para las personas que se crucen conmigo. Si sigue siendo cierto aquello de que el respeto al derecho ajeno es la paz, el derecho que los ciudadanos tenemos a protegernos se ve violentado por ese comportamiento abusivo de quienes, por torpeza o razones políticas, rechazan las disposiciones que buscan proteger la salud pública.
Estamos ya viviendo las consecuencias del descuido de los días previos e iremos viendo cómo aumenta el número de casos porque así es como se comportan las epidemias. Pronto empezarán las clases presenciales en algunos establecimientos y si bien ello ayudará emocionalmente a los niños y jóvenes, implica riesgos que para ellos pueden ser mínimos por la baja incidencia de casos sintomáticos entre la niñez y la juventud, pero no ocurre lo mismo con los maestros, el personal de las escuelas o colegios ni los padres de familia y el personal adulto que pueda trabajar en las casas.
En el tema de la vacuna vamos tarde y no hay aún un plan para aplicarla masivamente por lo que no nos queda sino seguirnos cuidando.