Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Durante cinco años, desde que se perfiló como ganador de las primarias en el Partido Republicano, Donald Trump empezó a actuar como el dueño de ese viejo partido y puso a marchar a su ritmo aún a experimentados políticos que tenían que haber entendido qué pretendía y qué representaba ese nuevo personaje con un muy discutible historial no sólo como empresario, sino como ser humano. Los conservadores, que se dicen respetuosos de la familia y rechazan el aborto como pecado, no se inmutaron al escuchar al todavía candidato decir que él podría matar a alguien en la Quinta Avenida de Nueva York sin temor a ninguna consecuencia legal. No digamos cuando escucharon que él decía que su poder le permitía agarrar a cualquier mujer de sus partes íntimas, usando una expresión vulgar para identificarlas.

Le aceptaron todo, le aplaudieron cualquier tontería o barrabasada que hizo. Aceptaron que jugara golf mientras su país sufría los efectos de la pandemia del Coronavirus y mientras con sus exabruptos estaba rompiendo con las más importantes y ancestrales alianzas de los Estados Unidos. Trump nunca pensó en hacer grande a América, como él decía, sino en hacerse grande él y lo logró gracias a la lambisconería de republicanos que bailaron el son que les tocó. Casos extremos y patéticos son los de gente como Ted Cruz a quien Trump atacó virulentamente, llevándose entre las patas no solo al pedante senador sino a su padre y a su misma esposa. Y ese tipo es uno de los que se convirtió en alfombra dejando en el olvido los agravios sufridos.

Trump supo jugar con la realidad de que él logró cautivar a un importante porcentaje de electores en Estados Unidos y con esa fuerza sometió a todo el partido para que hicieran lo que él quería, lo que a él se le antojaba. No había política definida ni estrategia clara de a dónde quería llevar al partido, no digamos al país, pero desde los más respetados líderes republicanos hasta el último de los representantes, todos se cuadraron contribuyendo a crear a ese monstruo que ayer terminó de pelar cables.

No me atrevo a decir que ya hizo lo peor que podía hacer. De Trump siempre hay que esperar algo peor, algo más nefasto y algo más devastador. Trump no piensa en Estados Unidos sino que piensa únicamente en su propio bienestar.

Hoy, evidentemente, se empiezan a marcar distancias y el mismo Pence, que siempre estuvo con cara de bobo asintiendo atrás de Trump ante cualquier barrabasada que éste decía, marcó distancia, cosa que debió hacer hace mucho tiempo, sobre todo cuando fue el encargado de la fuerza de tarea contra el Covid-19 y apañó las patrañas trumpistas y, lo peor, permitió la destrucción de instituciones como el Centro de Control de Enfermedades y la Administración de Drogas que dejaron de actuar bajo dictados de la ciencia para aceptar las vulgaridades de Trump.

Trump no actuó sólo nunca y los que lo empoderaron son peores que él porque son políticos experimentados. Que lo sigan huestes violentas e ignorantes no sorprende porque así es el populismo, pero vergüenza para cualquiera que se crea inteligente y haya tenido los faroles de ser trumpista.

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