Víctor Ferrigno F.
Junto a varios millones de guatemaltecas y guatemaltecos, me reconozco miembro del movimiento de los frijoleros insurrectos, que nos alzamos en contra del neo-liberalismo depredador, patriarcal, excluyente, racista, genocida, antidemocrático y corrupto. Dicen los científicos que los humanos somos lo que comemos, por ello nos declaramos hijos de la divina trilogía del maíz, el frijol y el chile; nos alimentamos de la savia nutricia de esta tierra de promisión, que un grupúsculo de oligarcas ha convertido en un paraíso desigual.
Porque somos hijos e hijas de la tierra, Aj Ralaleb’ Ch’och’ dicen los q’eqchi’es, reconocemos que el nuestro es un país multinacional, con variadas etnias, culturas, idiomas, cosmovisiones, justicias y costumbres. Guatemala, nombre que proviene del vocablo náhuatl Quauhtlemallan, que significa lugar de muchos árboles, es en esencia diversidad multicolor, pero la clase dominante la niega, la calla, y pretende uniformarla, con la imagen de un país con una sola cultura, un solo idioma, una sola religión, una sola justicia y, ante todo, fomenta una sociedad sometida, dominada, y sojuzgada a sangre y fuego.
Para acallar la centenaria resistencia de nuestro pueblo, a quienes alzamos la voz contra el yugo, nos reprimen de mil maneras y nos han denominado indios, infieles, alzados, insurrectos, terroristas y, últimamente, chairos y come frijoles. Nunca se imaginó el diputado de tercera, que nos calificó de frijoleros, la enorme respuesta ciudadana que generaría reivindicándonos como tales. No creemos que la hamburguesa sea mejor que el frijol, ni que el pollo frito supere al chunto, ni que el baguette avasalle a la tortilla, ni que el milkshake opaque al atol de elote, porque tenemos identidad propia, una que va más allá de lo que comemos, y busca descifrar quienes somos.
Es una identidad nacional en construcción, en conflicto, que se nutre de las identidades de las parcialidades que componen este país. Si reconocemos la riqueza de esa diversidad, y la vemos como algo positivo, podremos ir superando el discurso de odio, el racismo, la exclusión, y la opresión contra indígenas, mujeres, ancianos y personas de la diversidad sexual, y aceptaremos los derechos de aquellos que practican espiritualidades diferentes o abrazan ideologías diversas.
Para construirse sobre cimientos sólidos, este país necesita tolerancia, no hegemonismo; requiere libertad, no opresión; demanda democracia, no sojuzgamiento; aspira a la valoración del ciudadano diferente y al respeto de la mujer distinta y liberta. En un contexto multilingüe y pluricultural, debemos cultivar un idioma de inclusión y una cultura de paz, para hacer de Quauhtlemallan un paraíso donde quepamos todos, hombres y mujeres de bien.
Estamos al final del Adviento, pero ante el Covid-19 y las tormentas, frente a las corruptelas y el hambre, además de esperar a un Redentor, deberíamos construir un Libertador, o sea, un Pueblo que ejerza su libre determinación, y decida si come frijoles, si sigue soportando al pacto de corruptos, si abole la impunidad, si construye el poder ciudadano necesario para llegar a una Asamblea Constituyente Plurinacional, para reinventar la patria multicultural de todos y todas, donde la libertad y el tamal se deguste diariamente, donde las mujeres con corte o con falda no sufran violencia, donde los niños se sacien de frijoles y de saber, donde la salud sea moneda corriente, y la democracia florezca en todos sus colores y formas.
Con la espada de la pandemia, el hambre y la pobreza sobre la nuca, estamos al límite para entablar un debate nacional y darle un rumbo democrático y un futuro libertario a Guatemala. Lo tendremos que hacer por las buenas o por las malas; el nuevo acuerdo nacional lo escribiremos con tinta o con sangre. ¡Frijoleros del mundo, uníos!
23 de diciembre de 2020.