Uno de los puntos neurálgicos de la completa reactivación es el del transporte público en todo el país pero muy especialmente en el área metropolitana que concentra al mayor número de habitantes. En estos días los pilotos de los buses rojos plantean su requerimiento para volver a trabajar en las condiciones en que antes lo hacían, es decir, con un sistema deficiente e inseguro. Lamentablemente las autoridades no aprovecharon la oportunidad que les daba el Covid para implementar un servicio diferente y de amplia cobertura que pudiera atender las necesidades de millones de usuarios.
El último “esfuerzo” por mejorar el transporte terminó siendo un sucio negocio entre autoridades de gobierno central, municipal y empresarios que con el Transurbano se embolsaron millones de quetzales defraudando a la población. Nunca se pensó realmente en los usuarios sino que se estaba pensando únicamente en cómo defraudar al Estado y repartirse el dinero destinado a la supuesta implementación de un nuevo sistema de transporte.
Con la llegada de la pandemia se tuvo que detener por completo todo el servicio de transporte y fue el momento en que los encargados del transporte en los distintos municipios trabajaran para planificar nuevos modelos, nuevas regulaciones y nuevos proyectos que vinieran a ofrecer la tan ansiada reforma integral del sistema de transporte público. En cambio, como ocurre con nuestras autoridades respecto a la planificación, se perdió el tiempo y se dejó todo al tiempo.
Creemos esencial que se entienda la enorme importancia que tiene, desde el punto de vista económico y social, un eficiente sistema de transporte que permita a los trabajadores que dependen de él perder menos tiempo, viajar más seguros y con comodidad. El tiempo perdido en las movilizaciones diarias en los buses en Guatemala es terrible y se traduce en pérdida de eficiencia laboral y, lo más importante, pérdida de valioso tiempo que se podría dedicar a la familia. Evidentemente quienes toman decisiones no dependen del sistema de transporte público y por lo tanto no les preocupa ni les ocupa el hacer algo por cambiar las cosas y mejorar las condiciones.
Regresar a lo que teníamos antes de la pandemia es patético porque implica continuar, a saber por cuántas décadas más, dependiendo de esa chatarra y de dueños de buses que los entregan a los pilotos a cambio de una renta mínima diaria, sin el menor sentido empresarial lo que significa que nunca se espera renovar flotillas ni atender de mejor forma a los pobladores. Triste y dramática realidad producto de décadas de abandono.