Alfonso Mata
En la década de los sesenta y setenta del siglo XX, en foros nacionales e internacionales, el Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá (INCAP), planteó a los estados de la región y al mundo, su preocupación sobre la mala nutrición y su impacto negativo en el potencial y en el desenvolvimiento humano tanto desde el punto de vista científico como sanitario, político y social. Sus perspectivas apocalípticas y sus aciertos científico-técnicos, contribuyeron sin duda a que pronto saltara a la palestra pública y mundial, el problema de nutrición y alimentación a la par del de salud y tras debates, algunos espectaculares duros y prolongados, logró la implementación de políticas alimentarias y nutricionales, que han impactado en la mejora nutricional de amplios sectores de la población centroamericana con diversas niveles de éxito (desde el mayor en la vecina Costa Rica, hasta el peor en nuestro país).
Somos el país centroamericano con menos aciertos y logros en el combate contra la mala nutrición y ello, a pesar de haber producido grandes investigadores en todos los aspectos fisiopatológicos de la mala nutrición y sobre la reestructuración de una atención nutricional adecuada a la población. Y ello, a pesar de haberse producido esa investigación, en un período en el que las peticiones de los países subdesarrollados en torno al establecimiento de un nuevo ordenamiento de la economía mundial, se cacareaba en casi todas las conferencias internacionales y de haber estampado en cuanto convenio se tuvo a mano, el compromiso de la lucha contra la mal nutrición. Poco a poco el debate se enfrío y somos entonces, el país con mayor problema nutricional y alimentario del área.
El gran error en nuestra patria, opinión muy personal, es el considerar política y socialmente el problema nutricional de nuestra población un problema de granja. En las granjas los animales se alimentan para obtener de ellos los mejores rendimientos económicos. Al problema nacional que involucra a una mayoría marginada y dentro de ella a una mayoría sin voz ni voto, se contrapone una minoría que son los verdaderos beneficiarios del proceso económico nacional y mundial que sobrepasa con creces sus propias necesidades. En otras palabras: el origen real del mal radica en un proceso económico lleno de desigualdades, inequidades y controversias no resuelto y es lo que mantiene de rodillas a una muchedumbre bajo una situación marginal nutricional: la mitad de la población infantil y la niñez y una tercera parte de adultos probablemente.
En este mundo guatemalteco dividido social, ambiental y económicamente, Ia desigualdad en la distribución de la riqueza y de la renta a la par de las injusticias sociales, no hace sino engordar el número de mal nutridos, tanto en términos absolutos como relativos; la situación alimentaria es dramática, y lo más insólito: nuestro endeudamiento internacional, no deja de subir. Y no estalla la rebelión, por tener ese marco económico como excepción, el narcotráfico y miles de brazos en el extranjero que amortiguan con sus inversiones a nivel nacional (remesas) un deterioro aún mayor. Pero un esfuerzo de las fuerzas productiva en mejorar la situación: NANAY diría mi abuela. A ello en estos momentos, debemos añadir que el volumen de la ayuda pública al desarrollo desciende en términos reales y la carrera por ser el rey del robo y el latrocinio, agota innumerables recursos humanos y financieros y destruye el ambiente.
De tal manera que han quedado muy atrás, las visiones optimistas científicas y técnicas de aquellos científicos y salubristas del INCAP de los años cincuenta al setenta, cuando se suponía que la expansión continuada en las economías centroamericanas, provocaría grandes efectos impulsores para los países nuestros. Nada de eso se dio ni en la magnitud, ni en la dirección ni sentido esperado. La experiencia ha sido diferente: se ha enfocado a desplumar por ambición, robo y avaricia el heraldo público, más que a luchar por el orden y el crecimiento y grandes grupos de población, se resignan a vivir en buena medida de los aportes que les llega de afuera y el narcotráfico, en vez de hacerlo a través de lo que producimos y luego de décadas, seguimos sin entender el mensaje de aquel instituto: un futuro digno para todos, sólo puede alcanzarse tras una drástica reestructuración del orden social económico y ambiental nacional. Quizá tal conclusión, en alguna medida, no era posible de asimilar y concientizar e indujo a que esas recomendaciones se hayan recibido con escasa posibilidad de implementar acciones, pues ello tocaba al poder y la avaricia de los medios financieros. Aducir que un problema como la mala nutrición va vinculado a una reducción o, por lo menos, a una reorientación del crecimiento y del nivel de vida de las personas implica favorecer la politización de las relaciones sociales económicas y ambientales y, sobre todo, la necesidad de poner al descubierto los mecanismos generadores de desigualdad, injusticia y opresión. Sin duda, una dirección poco conveniente para las fuerzas actuales que detectan el poder.
No es difícil aducir posibles explicaciones: el trabajo del INCAP sigue vigente (por cierto mal difundido dentro de las poblaciones centroamericanas). Constituye una clara denuncia de las numerosas injusticias, desigualdades y contradicciones que promueve el ordenamiento actual de la sociedad y la economía nacional, en la que un grupo muy reducido de nacionales y de empresas, controla en gran medida las actividades que conforman el mal manejo de la seguridad alimentaria.
De tal manera que el futuro que tenemos por delante, dejado dentro de una estructura política y social como la que tenemos, discurrirá por los canales del conflicto larvado que plantea el poder, la política y la cotidianidad nacional en forma muy desigual para lograr una nueva distribución enfocada al desarrollo humano y la mejora alimentaria de la población. Es más que evidente en lo que va del año, que este conflicto estructural persiste y los grupos que detectan el poder político a través de la corrupción, seguirán utilizando en los próximos años, su potencial económico y tecnológico para ampliar aún más sus propios márgenes de expansión, imponiendo a los grupos marginados una limitación estricta en sus necesidades de crecimiento.
A la pregunta ¿por qué un problema nutricional en nuestra tierra? Tenemos que tener claro que ello implica sostener que existe una problemática severa y honda en disponibilidad, acceso consumo y utilización de alimentos para satisfacer a una gran parte de los habitantes de nuestro territorio nacional. Es difícil indicar solamente como la causa final del problema nutricional la utilización de alimentos. La interacci6n de factores ambientales, sociales, culturales y económicos es tan profunda en el problema, tan dinámica, que es imposible aislar el análisis de cualquier elemento en ello.
El plano del orden internacional en lo económico y laboral también afecta la situación alimentaria del país, al no tenerse un logro de condiciones más equitativas en el intercambio comercial entre productos básicos y bienes manufacturados, tanto respecto a la relación de precios, que ha determinado históricamente condiciones negativas de los términos del intercambio para el país, como respecto a su comercialización sin discriminaciones y a las posibilidades del control de los recursos naturales en el contexto del respeto de las soberanía nacional, con deterioro del ambiente. Es evidente que el problema alimentario es producto de ambos planos: el nacional e internacional, ambos actuando maliciosamente sobre todos los aspectos de la cadena alimentaria.
Para finalizar, traigo a colación las palabras del canciller alemán Willy Brandt “Moralmente no existe diferencia entre matar a un hombre en una guerra o condenarlo a morir de hambre por la indiferencia de otros”.