Ninguna festividad es tan emblemática para los guatemaltecos como el Día Internacional Contra la Corrupción que se celebra hoy. Y es que, para desgracia de millones de habitantes de este país, es cierto lo que dijo cínicamente Jimmy Morales cuando trató de justificar el negocio de su hermano y su hijo con el Registro de la Propiedad, afirmando que la corrupción en Guatemala es un tema cultural, que en este país es normal hacer ese tipo de operaciones. Y es que llevamos años haciendo de la violación de las normas para beneficio propio una práctica cotidiana que se enseña sin rubor a los hijos, quienes aprenden desde muy pequeños, con el ejemplo de sus padres, que colarse en una larga fila de carros metiéndose por el carril prohibido es la cosa más normal del mundo y que rinde frutos. Eso para no citar sino uno de los tantos actos que van condicionando la mente de nuestras nuevas generaciones.
Aquellas viejas lecciones de moral y urbanidad que enseñaban a respetar las normas de convivencia y al prójimo pasaron a la historia porque ahora se enseña que el éxito en cualquier empresa es algo que se tiene que buscar por cualquier medio y que si para asegurarlo hay que dar mordida, lo que cuenta es el resultado y no los medios. Aquellos viejos políticos respetables, que eran reconocidos como gente decente y con ello atesoraban lo más importante, pasaron a la historia hace muchos años desde que el ejercicio de la política se convirtió en un perpetuo negocio para saquear al Estado.
El empresario que era admirado por su honestidad y trabajo fue sustituido por el que aprendió que el egoísmo es el motor de la actividad económica y el que únicamente ve el derecho de su nariz sin que importe en absoluto los vericuetos que deban utilizar para aumentar las ganancias, desde la evasión de impuestos hasta la compra de voluntades políticas para aumentar sus privilegios.
La corrupción se ha extendido en una forma impresionante y ciertamente muchos la ven como algo no sólo normal sino hasta como algo conveniente y necesario para avanzar y lograr ese ansiado “éxito” que se convirtió en el eje de muchas vidas.
Nos indignó, sin embargo, cuando vimos que Pérez Molina y Baldetti, con sus equipos, habían robado millones y la opinión pública los condenó no tanto por ser políticos sino por ser parte del populacho de nuevos ricos. Cuando salieron nombres “honorables” embarrados hasta el copete, la indignación se volteó contra los investigadores y acusadores porque ellos hacen lo que hacen muchos. Y el furor anti corrupción del 2015 se convirtió en el furor anti-CICIG que empezó en el 2017 porque a muchos les pareció bien que cayeran presos unos cuantos políticos advenedizos, pero no que se metieran con la gente que presume de alcurnia y que pudo montar netcenters para desbaratar esa lucha contra la corrupción.
Hoy estamos mucho peor que en el 2015 y por eso mucha gente volvió a La Plaza al ver que el Presupuesto se convertía en la muestra visible de las marufias que hacen para robar
Diciembre da un respiro que tiene que ser para agarrar más fuerza porque el problema, la corrupción, sigue allí amparada por un pacto poderosísimo.