Víctor Ferrigno F.
En Guatemala, como en el resto del mundo, el hambre se agiganta, alimentado por la pandemia y la codicia. Según el Programa Mundial de Alimentos, más de 265 millones ya están muriendo de hambre y morirán muchos más. Mientras, la Organización Internacional del Trabajo informa que 200 millones de personas perderán su empleo. En ese contexto, según el Banco Mundial, 720 millones de personas vivirán en extrema pobreza, con menos de Q 14.50 al día. De ellas, 114 millones son el resultado directo del Covid-19, equivalente al 9.4% de la humanidad.
Esta trágica realidad ha sido ignorada por el Pacto de Corruptos en nuestro país, y por el G-20 en su décimo quinta reunión mundial, iniciada el pasado 21 de noviembre, cuando la ciudadanía guatemalteca se insurreccionaba en quince cabeceras departamentales, protestando contra la aprobación alevosa y en nocturnidad del presupuesto nacional 2021, fraguado a espaldas del Pueblo e ignorando sus necesidades. En ambos casos primó la codicia y la miopía política, olvidando que si se siembra hambre, se cosechan rebeliones.
El G-20, el grupo de los países más poderosos del mundo, que representan el 85% de la economía mundial, desoyó el clamor del Secretario General de la ONU, quien sostuvo que “El hambre es un ultraje en un mundo de abundancia. Un estómago vacío es un enorme agujero en el corazón de una sociedad”, alertando que la hambruna se aproxima en varios países si no se adoptan medidas inmediatas para evitarlo, como en el caso de Guatemala, donde el hambre cabalga en el lomo de la corrupción y la impunidad.
Cuando en el G-20 abordaron el tema del impacto del Covid-19 en los indigentes del orbe, simplemente decidieron extender por un año la moratoria de los intereses de la deuda externa de los países más pobres, que en la mayoría de los casos ha sido saldada con el pago de los intereses acumulados. Tampoco hicieron mucho para “crear un sistema alimentario que no se quiebre ante diferentes crisis que puedan producirse, uno que sea verdaderamente regenerativo y restaurador, y que no deje a nadie atrás”, como demandó Danielle Nierenberg, presidenta y fundadora de Food Tank.
En el caso de Guatemala, gracias a las protestas sociales, el pacto de corruptos tuvo que echar marcha atrás en el tema presupuestario, pero el presidente Giammattei vociferó que una minoría de sediciosos le quería dar Golpe de Estado, pero solamente le respondieron los impresentables de Almagro y Guaidó. Esto equivale a pedir auxilio y que acudan dos cadáveres.
Mientras los políticos hacen gala de una insensibilidad supina, la hambruna avanza. “Se incrementa 109% el número de casos de desnutrición aguda en relación al año pasado”, recién declaró Edwin Montúfar, viceministro de Atención Primaria en Salud. Por su parte, la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres, informó que a la fecha se registran 277,781 personas en albergues y 234 comunidades se encuentran incomunicadas por el paso de los fenómenos tropicales Eta e Iota.
Los líderes comunitarios de las zonas más afectadas en la Costa Sur, norte del Quiché y Franja Transversal del Norte, me han confirmado que se perdió la segunda cosecha de maíz, por lo que esperan hambruna a partir de febrero.
En este escenario dantesco, sabemos que hay alimentos y los fondos necesarios, pero se carece de voluntad política. Según Oxfam, bastaría con aumentar 0.5% los impuestos que aporta el 1% de los ultra ricos, durante 10 años, para generar 117 millones de puestos de trabajo en sectores estratégicos como la salud, la educación y la asistencia a los ancianos.
Cuando iba a la guillotina, durante la Revolución Francesa, María Antonieta no entendía por qué la gente tenía hambre; “si no hay pan, que les den pasteles”, fue su última recomendación. La codicia y la estupidez humana son ilimitadas, y generan respuestas sociales proporcionalmente violentas. Advertidos quedan.