Por NICOLE WINFIELD
ROMA
Agencia (AP)
La famosa frase «¿quién soy yo para juzgar?» que pronunció el papa Francisco en el 2013 tal vez explique un poco su actitud inicial hacia las denuncias de abusos sexuales del cardenal estadounidense Theodore McCarrick.
Francisco pronunció esa frase el 29 de julio del 2013, cuatro meses después de ser nombrado pontífice, cuando se le preguntó acerca de un cura gay que mantenía relaciones sexuales y que acababa de ser promovido. No se acusó al sacerdote de ser un depredador sexual.
Francisco planteó que, si alguien había violado las enseñanzas de la iglesia en relación con la conducta sexual en el pasado y había buscado el perdón de Dios, ¿quién era él para juzgarlo?
El comentario fue bien recibido por la comunidad LGBT. Pero la tendencia del papa a confiar ciegamente en sus amigos, ignorar sus vidas privadas y resistirse a juzgarlos le creó problemas siete años después. Un puñado de curas, obispos y cardenales en los que Francisco confiaba fueron acusados de faltas sexuales, condenados por ellas o se sospecha que las encubrieron.
La lealtad de Francisco le puede hacer perder credibilidad.
Una investigación de dos años del Vaticano concluyó que Francisco no había cometido falta alguna en conexión con el ascenso de McCarrick en la jerarquía eclesiástica y acusó a sus predecesores de no haber sabido reconocer, investigar o sancionar a McCarrick por las numerosas denuncias de que invitaba a seminaristas a su cama.
Francisco separó del sacerdocio a McCarrick el año pasado después de que una investigación del Vaticano determinase que había abusado sexualmente de menores y también de adultos. El papa encargó una investigación más a fondo luego de que un exembajador del Vaticano dijese en el 2018 que unas dos docenas de funcionarios de la iglesia estaban al tanto de las actividades sexuales de McCarrick con seminaristas pero las habían tapado por dos décadas.
Tal vez no resulte extraño que una investigación interna encargada por Francisco y que fue publicada por orden suya lo exima de toda culpa. Pero también es cierto que las faltas más graves de McCarrick se produjeron mucho antes de que él llegase al papado.
El informe, no obstante, alude a los problemas que ha enfrentado Francisco como papa y al hecho de que hizo la vista gorda ante las denuncias de abusos sexuales hasta el 2018, en que se dio cuenta de que había manejado mal un caso de abusos y encubrimientos en Chile.
Prelados que en un primer momento defendió, por otro lado, han sido acusados de faltas sexuales o de encubrimientos y Francisco fue también traicionado por católicos laicos: Algunos empresarios italianos que explotaban su condición de «amigos de Francisco» se han visto envueltos en un caso de corrupción en el Vaticano, vinculado con inversiones de 350 millones de dólares en propiedades en Londres.
Francisco detesta los chismes, desconfía de la prensa y tiende a seguir su intuición. Le cuesta cambiar de parecer cuando se ha hecho una imagen positiva de una persona, según sus colaboradores.
Francisco conocía a McCarrick desde antes de que lo nombrasen papa y probablemente sabía que el carismático cardenal había sido uno de los responsables de su elección, por más de que no votó por tener más de 80 años, lo que lo inhabilitaba para hacerlo, según las reglas de la iglesia.
McCarrick dijo en una conferencia en la Universidad de Villanova de fines del 2013 que consideraba al antiguo cardenal Jorge Mario Bergoglio un «amigo» y que había hecho fuerza por que se nombrase un papa latinoamericano en reuniones a puertas cerradas que precedieron el cónclave.
McCarrick visitó dos veces a Bergoglio en Argentina, en el 2004 y el 2011.
En la conferencia de Villanova dijo que había decidido promover la consideración de Bergoglio para el papado después de que un alguien «influyente» de Roma le comentase que el religioso argentino podía reformar la iglesia en cinco años y «enderezar el rumbo».
«Hable con él», le dijo esa persona, de acuerdo con McCarrick.
El informe restó mérito a la tesis central del arzobispo Carlo María Vigano, exembajador del Vaticano en Estados Unidos, que en el 2018 sacó a la luz las actividades sexuales de McCarrick y originó la investigación del Vaticano.
Vigano sostuvo que Francisco había levantado «sanciones» impuestas por el papa Benedicto XVI a McCarrick incluso después de que Vigano le dijese a Francisco en el 2013 que el estadounidense había «corrompido a generaciones de sacerdotes y seminaristas».
El informe del Vaticano afirma que el papa no levantó sanción alguna y acusó a Vigano de ser parte del encubrimiento.
Si bien el informe exime a Francisco de culpa alguna en conexión con el caso de McCarrick, no sale tan bien librado en relación con otros casos en los que tuvo intervenciones directas en el manejo de denuncias de abusos sexuales.
Se cree que, como arzobispo de Buenos Aires, Francisco desestimó rumores de abusos sexuales del popular cura chileno Fernando Karadima y de su encubrimiento porque la mayoría de los denunciantes tenían más de 17 años y, por lo tanto, eran adultos a la luz de las leyes canónicas de la iglesia. Se los consideraba adultos que aceptaron participar en actos pecaminosos, pero no ilegales, de Karadima.
Como jefe de la conferencia de obispos de Argentina, Francisco encargó un estudio forense de las denuncias contra el reverendo Julio Grassi, un sacerdote que era una celebridad y que manejaba casas para niños de la calle, que había sido condenado por abusar de uno de ellos.
El informe encargado por Bergoglio determinó que Grassi era inocente, que los denunciantes mentían y que el caso jamás debió ser juzgado.
La Corte Suprema de Argentina, no obstante, en marzo del 2017 confirmó una condena a 15 años de prisión para Grassi. No se conoce el status de la investigación canónica de Grassi en Roma.
Más recientemente, Bergoglio permitió a uno de sus protegidos en Argentina, el obispo Gustavo Zanchetta, renunciar por supuestas razones de salud en el 2017, después de que curas de Orán, una remota localidad del norte de Argentina, se quejasen de su estilo autoritario y de abusos de poder, conducta inapropiada y hostigamiento sexual de seminaristas.
Francisco le dio a Zanchetta un buen puesto en la oficina del tesoro del Vaticano.
Bergoglio fue confesor de Grassi y de Zanchetta, lo que tal vez pueda haber incidido en sus apreciaciones de ambos. En el caso de Karadima, era muy amigo de su mentor, el arzobispo de Santiago, cardenal Francisco Javier Errazuriz.
Su comentario «¿quién soy yo para juzgar?» no aludía a un cura acusado de delitos sexuales con menores sino a uno acusado de haber arreglado para que un capitán del ejército suizo fuese transferido con él de su puesto diplomático en Berna (Suiza) a Uruguay.
Cuando se le preguntó por ese sacerdote en julio del 2013, Francisco dijo que había encargado una investigación del asunto que no había comprobado nada. Expresó que muchas veces en la iglesia salen a la luz «pecados de juventud» cuando un cura es promovido.
«Un delito es otra cosa: El abuso de menores es un delito», expresó. «Pero si una persona, ya sea laica, un cura o una monja, comete un pecado y luego se convierte, Dios la perdona. Y cuando Dios perdona, Dios perdona, y eso es muy importante para nuestras vidas».
En referencia a versiones de que una red de homosexuales del Vaticano protegió al sacerdote, Francisco dijo que jamás había oído nada al respecto. Pero acotó: «Si alguien es gay y busca Dios, y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar?».