Alfonso Mata
La tesis tiene dos componentes: El primero nos habla de una perversión del discurso de la diversidad. Del derecho a expresar las diferentes identidades posibles dentro de una sociedad y una nación basados en reales marcos teóricos, para afianzar/apuntalar y discutir, un plan de nación sin caer en individualismo radical y privilegiado y sin socavar la conciencia de los grupos sociales que conforman la nación.
En la actualidad tenemos una gran clase pobre, una media a la que se ha despojado de su identidad de clase, a la que a través de los medios de comunicación, la publicidad, el comercio, incluso las religiones, educación, el arte, las series y las películas, etc…, se le ha impuesto el discurso de la singularidad del individuo, pero que cada día como grupo se empobrece más y tiene menos participación por lo superficial de los elementos de cohesión como grupo. En otro sentido, en todos los grupos, las personas están enfocadas por encontrar un espacio e identidad diferenciada de la de los demás sacrificando al otro y sin poder encontrarla. Para que la encontremos, se nos vende una serie de identidades a la carta que cada uno escoge en función de sus inclinaciones: identidad de género, feminismo, veganismo, estilo de vida, profesión y ocupación etc… pero de ideas, muy poco; lo que provoca es que la identidad de grupo queda subsumida, desparezca entre este aluvión de opciones de enmascaramiento y superfluas, que pone todas al mismo nivel, sin posibilidad de pasar de lo individual a un balance con lo social.
El otro elemento controversial en la búsqueda de nacionalidad es el haber convertido la política en un objeto de consumo: “de pago y beneficio al mejor ofertante económico de candidatos y candidatura” y del echo de entender que “el cargo político es un negocio para el que lo ocupa y no un servicio”. En este sentido, las ideologías originales carecen de significado fuera del predominio del dinero y se convierten en un elemento más de publicidad y atracción que de acción. Los partidos políticos son verdaderas plazas financieras y siendo así, tratar de buscar una nacionalidad a través de comportamientos con elementos inmorales, resulta una falacia. De ello no pueden derivar verdades estables, con las que explicar la realidad y actuar sobre ella en consecuencia y búsqueda del bien común.
Que no hay ideas absolutas, que no existen teorías únicas para explicar el mundo es claro pero una cosa son marcos filosóficos y otra acciones para el logro del bien común a través de acuerdos razonables encaminados a fines en que todos ganan. Si vamos a continuar con ese relativismo, en lugar de buscar coordinar acciones específicas de convenios y alianzas justas, honestas, lo que estamos logrando llámese como se llame el país es la destrucción de cualquier posibilidad de acción real y de transformación de la realidad para la sobrevivencia y el desarrollo humano y del planeta. El problema no es lo que elegimos, es el para qué elegimos: sí es de lo mismo para lo mismo solo que con retoques, no habrá cambios.