Juan José Narciso Chúa
No sé cuánto tiempo ha pasado, pero lo que si es cierto, es que poco a poco uno viene percibiendo el ocaso total de la función pública, así como el deterioro de la institucionalidad del Estado en general. Antes ser servidor público significaba poner su propia experiencia para hacer de la función de Gobierno, un acto delimitado por la decencia e igualmente, se buscaba profesionalizar el ejercicio de la administración pública.
Sin embargo, poco a poco, la situación de la conducción pública y la presencia de diferentes equipos de Gobierno, únicamente muestra el “cobre” de distintos funcionarios, aquellos que sin duda pasan a convertirse en potenciales corruptos o bien ya lo son, pero al alcanzar un puesto determinado, les permite asegurar su vida para siempre.
Este es un deterioro indiscutible. Pero el mismo, ya no es de los cuadros medios, hoy se observa con suma claridad que la figura del mandatario se encuentra abierta a nombrar a personas, sin capacidad, sin experiencia en puestos que demanda un alto grado de conocimiento, pero ya no importa, hoy se nombra a personajes que tienen un perfil vinculado a trances, a negocios sucios, a artimañas.
Estos nuevos personajes constituyen “auténticas joyas”, son los que se muestran prestos a tomar cualquier puesto, haciendo uso de aquél viejo refrán “no me importa donde me pongás, poneme donde haya”, con lo cual, el deterioro de las instituciones se agudiza más, caminando lentamente al colapso, pero lo peor, indolentes ante una sociedad que cada elección pone sus esperanzas en cualquier nuevo gobernante, pero al final, no ocurre nada, todo termina en cuatro años, sin pena ni gloria, pero eso sí, cada uno de estas joyitas, se convierte en un nuevo magnate, un honorable empresario.
En la actualidad, en el entorno reciente del descubrimiento de varias caletas con Q122 millones y ahora con la “pérdida” de Q.135 millones del presupuesto de la Dirección General de Caminos, es evidente que la juerga y la parranda de hacerse millonarios, se ha incrementado, pero además se ha descarado.
Ese descaro, no es sólo en términos, de importarle nada a cualquier funcionario el desprestigio, con tal de hacerse millonario, pues lo peor es que ya no le importa que ocupó un puesto que vendría a desarrollar una actividad para beneficiar a la ciudadanía, al final se ríen de todos los que denunciamos estas tropelías, ya no se inmutan por haberse quedado con dinero de impuestos que pagan todos los que tributan.
Pero también las instituciones se encuentran en franco deterioro. La Contraloría General de Cuentas, en primer lugar, que hace oídos sordos, ojos ciegos y boca muda, ante las tropelías de estas personas. Luego, está el Ministerio Público, un ente que hoy da vergüenza con su docilidad ante la corrupción y la impunidad y, para evitar cualquier susto, se encuentra pronta y dispuesta la Corte Suprema de Justicia, que juega hoy el papel más vergonzoso de la historia.
El Congreso de la República, constituye un espacio abierto a la corrupción, pero lo peor está dispuesto a ir a las últimas consecuencias para destruir cualquier vestigio de decencia o de oposición. Es increíble que la decencia tenga enemigos, pero lo peor es que son grandes y peligrosos.
Únicamente queda el pueblo y sólo el pueblo salva al pueblo, si no hacemos nada, seguirán riéndose en nuestras caras y la sociedad que queremos para nuestros hijos y nietos, será una auténtica muestra del desastre de permanecer callados y ajenos.